Las "sitcoms" son terreno abonado de las televisiones norte-americanas, del mismo modo que los "doramas" son la comida favorita de los productores televisivos nipones. Con Parade nos llega un hibrido fílmico entre esa estructura episódica del serial “made in U.S.A” y esa dramatización paroxística de muchos bodrios japoneses. Eso sí, con un punto negro que irá oscureciendo las historias de cada uno de los protagonistas.

¿Qué tienen en común cinco jóvenes que viven en un pequeño apartamento de la capital japonesa? Aparentemente nada, sólo que son unos pipiolos recién independizados y que, del mismo modo que los protagonistas de Friends convivían como podían en un espacio reducido en dos pequeños pisos-loft, estos deben afrontar además el reto de permanecer juntos en un pequeño apartamento de la gran metropolis. Dos chicos y dos chicas, y un transeúnte que se acomoda en el piso sin que los otros se enteren. Cinco protagonistas de la función cada cual más sui géneris: el chico con el que se abre la primera historia (si, la película está fragmentada en cuatro episodios) se trata de una persona introvertida que tiene problemas con algunas relaciones amorosas; su compañero de habitación trabaja como publicista en una compañía cinematográfica y esconde un terrible secreto las noches que sale a correr por el vecindario; una de las chicas se mantiene en el paro y espera celosamente que su novio, un idol que aparece en una serie televisiva de éxito, la llame para tener sexo; y su compañera de habitación solo se relaja viendo películas pornográficas con escenas de violaciones. Finalmente, el invitado sorpresa: un chaval con pelo mocho, que se gana la vida ofreciendo su cuerpo a viejos verdes, parece la voz de la consciencia que aglutina todo el grupo.

Isao Yukisada es un cineasta muy preocupado por ofrecer productos de calidad destinados al público juvenil; lo que se conoce en Japón con el género de "seishun eiga" (cine juvenil), pero siendo respetuoso con el público al que va dirigido. De hecho, lo ha venido demostrando en Go (2001), en dónde nos propone el típico romance entre un pandillero y una chica que mantiene cierto prestigio en el instituto, pero mostrando todas las contradicciones que les une y les separa; o en Crying out of Love, in the Center of the World (2004), que adaptaba un best-seller escrito por Kyôichi Kitayama y que se encuentra disponible en nuestro país. Yukisada iba detrás de los derechos de la novela de Parade (escrita por Shuichi Yoshida) desde el 2002, y después de batallar ocho años por fin pudo trasladarla a la gran pantalla de una forma un tanto curiosa: de entrada, parte de un tipo de comedia muy habitual en el cine japonés contemporáneo (malos entendidos que conducen a situaciones embarazosas, humor picante y gags ágiles), para ir adentrándose paulatinamente al carácter y comportamiento de cada uno de los personajes que determinará la última parte del filme. Aunque es cierto que el último tercio es el más sorprendente por el cambio de registro que adopta el guión (mostrándonos la perversión que se esconde detrás de algunas acciones protagonizas por los chicos), éste no se resuelve como todo el mundo espera, quedando la película con un final abierto que no le favorece para nada.

Eso si, nadie cuestiona que la apuesta de Yukisada por unas interpretaciones arriesgadas sea la mejor forma de encarar una sitcom que se desvanece a la primera hora para convertirse en un filme que explora algunos problemas que acarrea la juventud nipona a sus espaldas. Y pese a que otros filmes ya nos han hablado más tajantemente de algunas enfermedades de ese sector de la población japonesa comprendido entre los 20 a los 30 años, Parade incide desde otro ángulo muy diferente al planteárnoslas desde los puntos de vista subjetivos de cinco personajes con los que difícilmente podríamos identificarnos. Probablemente este es uno de los motivos por los que se hizo con la Fipresci en la Berlinale 2010. Motivos pues para ser descubierta más allá del circuito de festivales especializados al que estamos ya acostumbrados para poder ver estos productos del lejano oriente, en este ocasión, de una sitcom negra, negrísima, procedente de un país amarillo.