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After Life: primero recuerda, después traspasa

Un artículo de Eduard Terrades || 21 / 6 / 2010
after life

Si los recuerdos se pudiesen almacenar en un disco duro seguramente perderían su condición como tal. Si la memoria se pudiera registrar en una cinta de video, nuestra mente no necesitaría procesar nuestros recuerdos. Hirokazu Kore-eda plantea en After Life este dilema en un sequito de personajes que acaban de traspasar a mejor vida.

No es casual que Kore-eda ofrezca un trabajo que habla sobre la memoria, y como esta influye en nuestra conciencia, pues su abuelo murió de alzheimer, y si hay un tema constante en su cine es precisamente esa búsqueda del recuerdo perdido, de esa memoria que ha quedado obsoleta a medida que pasan los años. Tal vez After Life sea el documento fílmico de su carrera que mejor resuelva su obsesión por la memoria individual del ser humano, y como esta se colectiviza si la ordenamos y la asociamos con los pensamientos de otros seres vivos. Esto se simplifica en un argumento que podría resumirse en: una agencia del más allá se dedica a filmar el mejor recuerdo que las nuevas almas que llaman a su puerta les explican; estas disponen de una semana para rememorar viejos pasajes de sus vidas perdidas, antes de que sean escenificadas y pierdan definitivamente su forma humana, y así continuar su camino hacía el más allá. Ojo, que nunca se habla de reencarnación, lo que nos remite a la religión animista shintoista por excelencia. Así de esquemático resultaría su argumento si no fuera porque uno de los trabajadores descubre que una de las nuevas almas presentes había sido muchos años antes una de sus pretendientes. Y sí, los empleados de esta agencia del más allá también habían sido humanos en algún momento indeterminado, y fueron reclutadas en el mismo lugar, pero al renunciar a cualquier recuerdo del pasado en vida, se obligan inconcientemente a permanecer como currantes en esa hipotética puerta de entrada al más allá.

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Una historia que resulta interesante desde el punto conceptual, y que Kore-eda opta por darle un tratamiento mas próximo al docudrama que no al de una película con un planteamiento clásico; eso si, carece de estructuras narrativas posmodernas y prefiere darle una clara introducción, un nudo algo alargado, y un desenlace para nada previsible. Podría incluse decirse que hasta dos posibles desenlaces, pues por un lado tenemos el gran hallazgo que hace uno de los trabajadores al darse cuenta que tiene delante de sus narices a su antigua amante; y por otro, la visualización y conclusión filmada de esos recuerdos que durante unos días han sido motivo de selección por parte de las veintidós personas que representa que han muerto durante esa semana.

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Precisamente, es en este punto es dónde podemos encontrar cierta contradicción en la película en si: si los recuerdos de cada persona se pudieran grabar en una cinta dejarían de serlo; si la reminiscencia de la memoria se pudiese volver a interpretar delante de una cámara, o en su definición, se pudiese emular en forma de escenificación teatral, se destruiría como tal. En definitiva, que los recuerdos no existirían, y la palabra olvido sería borrada del diccionario. Es tan fácil como rememorar cualquier recuerdo de alguno de sus protagonistas, ya que todos ellos están muertos y la imagen que proyectan de esos momentos que recuerdan con felicidad nunca volverán a ser los mismos porque precisamente han pasado a mejor vida, porque precisamente no pueden volver atrás en la fecha y hora exacta de esa situación especial que recuerdan con nostalgia. Y es que por eso se dice que la felicidad se recuerda, pero no es un estado permanente en el que se encuentre una persona. Son estados de ánimo que surgen del acto de rememorar momentos que nos han dejado buenos sabores de boca, instantes que afloran en la reminiscencia de nuestros pensamientos.

Kore-eda lo sabe perfectamente, y por este motivo construye la historia de amor alternativa (o mejor dicho triangle love) entre un empleado veterano del lugar, la alma a la que debe asistir y que descubre como fue su amante en el pasado, y una chica que ha empezado recientemente en dicha agencia. Una vez “filmado” ese instante a rememorar se da cuenta de que por mucho que incida en ese momento, aunque intente revivirlo del mismo modo, nunca será idéntico a como lo vivió.

Lo más interesante es como Kore-da expone los puntos de vista, y como los narra a través de entrevistas, a priori, completamente reales; lo que nos conduce a los terrenos del docudrama manipulado. Una sutil manipulación que se sirve de un pretexto argumental, y que sirve para trazar una línea narrativa muy fácil de seguir para conducirnos al verdadero fin de la propuesta: hablarnos de la memoria a través de la memoria. Una lección metacinematográfica pura y dura, pero formalmente con un telón de narración clasicista. Un acierto que nos conduce a un Kore-eda muy intimista, algo experimental, y que nos indica las razones de porque se hizo cineasta. Viendo After Life también nos damos cuenta de la importancia que ha sido Kore-eda para el cine testimonial (o documental si se quiere) de la nueva ola de los 90. Un personaje que elevó el listón de la industria cinematográfica japonesa de finales del pasado milenio, y en una actitud continuista, se sobrepuso a las tendencias fílmicas de su propia industria de una forma natural, pragmática y comercialmente atraíble.

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