La última sensación del cine surcoreano no es la inclasificable producción de Park Chan-Wook sobre vampiros, ni el monstruoso jabalí que campa en sus anchas en Chaw; sino un thriller rompedor que agrupa toda la tralla del cine surcoreano de acción y lo mezcla con el buen cine de pshycokillers americano.

Pretender consagrarse en tu primera película es tarea de genios, eso es lo que ha conseguido Na Hong-jin con esta propuesta trepidante que, viendo su éxito de crítica y público, puede considerarse una excelentísima opera prima fundacional del estilismo de su realizador, personificada en una puesta escenográfica minimalista y una recreación morbosa por el horror, que se certifica en esas secuencias más violentas que satisfarán a los que busquen emociones fuertes en la gran pantalla. La violencia es un recurso fácil en este tipo de thrillers, pero depende de cómo se utiliza, el guión puede salir beneficiado o verse lastrado por una acumulación reiterativa de escenas que no aportan nada y entorpecen el avance de la acción hasta su clímax final. The Chaser se encuentra a medio camino: no abusa de momentos violentos o de acción barata que denota un cierto conformismo argumental, pero cuando esos instantes aparecen en su máximo esplendor resultan del todo excesivos, repudiables en algún fotograma concreto y con demasiada crueldad e insistencia en su prolongada secuenciación escénica (nos referimos al macabro juego que ejerce uno de los protagonistas…). Eso remarca cierta irregularidad en su conjunto, y en su último tercio final, un giro argumental que no se puede explicar porque determinaría la solución del filme, parece que esté insertado a propósito para alargar el metraje innecesariamente (algo muy habitual en el cine surcoreano de los últimos diez años, ya que la media de un largometraje de esta cinematografía del extremo asiático son ciento veinte minutos).

¿Qué nos referimos cuando hablamos de crueldad? ¿Era imprescindible mostrar tanta agresividad en varios momentos concretos, teniendo en cuenta que a veces funciona mejor la insinuación de un asesinato, que no la representación directa del mismo? Y con esto marcamos la palabra clave: asesinato. O mejor aún: crímenes atroces. Todo empieza por la desaparición de varias prostitutas que están a cargo de un ex-detective que aún tiene amigos en el cuerpo policial. En un primer momento, las sospechas le llevan a pensar que están revendiendo a sus mujeres, pero a través de un número de teléfono móvil descubre que es un cliente el que está haciendo desaparecer a sus “empleadas”. La última de sus víctimas: una madre que se gana un sobresueldo ejerciendo el oficio más viejo del mundo para mantener a su hija.

Bajo este preámbulo uno podría pensar que estamos ante la típica historia de asesino en serie que se ceba en sus víctimas femeninas, y que en centenares de ocasiones hemos visto en otros productos similares (El Coleccionista de Huesos sin ir más lejos). A nadie se le escapa que The Chaser contenga elementos distintivos que ya aparecen en producciones anteriores, principalmente sacadas de El Silencio de los Corderos (Jonathan Demme, 1991), Seven (David Fincher, 1995), Memories of Murder (Boong Joon-ho, 2003), y hasta de las dos versiones de Funny Games (por unos palos de golf que golpean igual de fuerte que en el escalofriante relato de Haneke); pero esta producción de Hong-jin decididamente apuesta por ir más allá de lo que hasta ahora se ha visto en una gran pantalla.

Y es que el verdadero virtuosismo se esconde en la estructura interna, ya que en media hora se resuelve el misterio: sabemos quien es el asesino, es detenido y se lo vincula con otra serie de misteriosas desapariciones pero… ¿Qué sucede cuando no hay pruebas tangibles de los supuestos nuevos crímenes? ¿Qué pueden hacer un reducido grupo de policías de una comisaría ante un fiscal que les obliga a soltar al presuntamente culpable que han detenido si en 24 horas no hay pruebas fehacientes que lo relacionen con ningún crimen? ¿Cuáles son las frustraciones que experimentan los personajes al saber que están delante del peor criminal que ha campado sus anchas por toda Corea del Sur y no pueden demostrarlo? ¿Qué deber moral tiene el proxeneta ante la niña que supuestamente ha perdido a su madre? Y lo más importante: ¿Y si una de las teóricas víctimas aún estuviese con vida? Toda una serie de preguntas que van uniéndose como un puzzle y que ponen en tensión al espectador. Una tensión acumulada que se rompe a consecuencia de algunos momentos ocasionales de violencia gratuita que hace que nos planteemos si realmente era necesaria incluirla, teniendo en cuenta que el guión funcionaría sin tener que enseñar, ni los métodos de trabajo del psicópata, ni los métodos expeditivos del ex-policía. Una violencia demasiado explícita que pretende emular a otros compatriotas suyos (como Park Chan-wook en su trilogía de la venganza, sobretodo en Symphaty ofr Mr.Vengeance, o Kim Ji-woon en A Bittersweet Life) y que puede herir la sensibilidad de aquellos espectadores más aprensivos.


Ya sabéis, si queréis convertiros en gatos cazados en este relato clásico, pero innovador en su manera de narrarlo, y cuya acción se desenvuelve en tan solo 48 horas, acompañad al polémico detective que ronronea por las estrechas calles de un pequeño barrio residencial de Seúl, y seréis unos protagonistas más de este thriller iconoclasta. Un blockbuster que marcó un antes y después en el cine surcoreano, y que de momento no ha sido superado ni lo será hasta que nadie sobrepase el nivel de amoralidad que desprenden algunas de sus (puntuales) imágenes.