Puede ser que la película tenga un efecto hipnotizador (como su nombre indica) tan fuerte, tan fuerte, que yo quedara enganchada a él y no sea capaz de recordar nada reseñable. Pudiere ser. En la larga hora y media de inverosimilitud y aburrimiento que padecí, creo recordar que pensé varias veces que, si cerraba los ojos y me quedaba sólo con la estridente, exagerada y apabullante música, ya tenía toda la película en los bolsillos. El miedo quedaba totalmente anticipado en cada acorde. Nada de sugerir, nada de crear ambiente. Tensión musical a raudales para imágenes asépticas y perdidas. En fin. Una pesadilla.
Un asesinato. Una niña asustada. Un shock. Una elipsis de años y aparecemos en un viejo coche deportivo que llega a un psiquiátrico. Beatriz Vargas (Cristina Brondo) es la nueva médica que llega al centro. Una de sus pacientes es la niña asustada (Natalia Sánchez) del principio. Beatriz consigue sacar de ella con tres palabras mucho más de lo que otros médicos han conseguido en tiempo, pero la niña aparece muerta a los pocos días. ¿Un suicidio? Pudiere ser. Este moderno y puntero psiquiátrico está marcado por el número de suicidios que en él se producen, ¿habrá algo o alguien que pueda explicarlos? Beatriz decide investigar ayudada por Miguel (Demián Bichir), uno de sus pacientes, pero el doctor Sánchez Blanch (Feodor Atkine), director del centro, no está dispuesto a que nadie altere el orden del lugar. La hipnosis pondrá a cada uno en su sitio. Hipnos ya te lo anunciaba.
Dirigida por David Carreras y con guión de él mismo acompañado de J. M. Ruiz Córdoba, Hipnos es un intento escasísimo de locura y terror. Imágenes vacuas, interpretaciones pretenciosas, un guión forzado por una anécdota que suena demasiado a otra película de un famoso director –Abre los ojos de Amenábar–, un montaje efectista, pero absurdo, mucho diseño de interiores para nada, mucho zapato de tacón con sugerencias sadomaso para menos... Pudiere ser algo, pero no recuerdo nada.