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Tokyo Gore Police

Un artículo de Eduard Terrades || 18 / 10 / 2010
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Gore, monstruos que disparan balas desde su miembro fálico, gore, policías militarizados, más gore, publicidad manipuladora promoviendo el arte del “wrist-cutter”, un poco más de gore, y una guerrera uniformada con katana que frenará esta odisea de sangre por las calles de un hipotético neo-tokyo futurista...

La policía de Tokyo se ha privatizado y los crímenes en la gran megalópolis japonesa han aumentado más que nunca. La razón: un grupo de elitistas criminales mutados genéticamente apodados los ingenieros se han hecho con las riendas de los bajos fondos. Solamente una fría e intrépida policía (Eihi Shiina) ceñida con un traje especial, y que de jovencita presenció la muerte de su padre a manos de un revolucionario, parece ser la única capaz de frenar la delincuencia hiperbólica que se ha apoderado de todos los distritos. Pero… ¿qué sucedería si el arquitecto de toda esta violencia fuera un pez gordo del cuerpo de policía? La excusa perfecta pues para desplegar un catálogo de muertes violentas, mutilaciones extremas y bizarradas con las que contentar a un selecto público que devora ese cine asiático más trash. Pero ojo, porque esta extrema producción de Yoshihiro Nishimura no puede considerarse un producto al uso de usar y tirar; no debe inscribirse dentro de ese cine gore que una vez desechado en la basura orgánica es sustituido por otro producto de similares fornituras.

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Nishimura es un realizador japonés que empezó como especialista en FX, y que decidió probar suerte detrás de las cámaras a través de proyectos semi-independientes que conservan ese refinamiento artesanal en los efectos especiales. Pretende crear entretenimiento sin dar tregua al espectador. Por este motivo, en este filme prima más la plasticidad de las escenas violentas que no la evolución de la trama, quedando diluida en una sucesión de combates sorprendentemente bien filmados. De ahí que algunos podrían considerarla una producción que centra sus bases estéticas en los videojuegos de “survival” (como Onechanbara, que contó con una película de imagen real). Más alejado de la realidad, Nishimura está mucho más interesado en mostrar esos procesos de descomposición, de transformación, de putrefacción, de todos sus personajes. En cierto modo pues sigue los postulados del movimiento de la “nueva carne” de Cronenberg, pero también se influencia de ese cyberpunk cinematográfico japonés que contraatacó con fuerza a finales de los años 80 con Sogo Ishii y Shinya Tsukamoto como máximos exponentes. Eso no quita que en algunas secuencias haya una clara influencia de la industria de la publicidad, como queda patentado en esos anuncios televisivos tan bestias en los que se promueve el arte del “wrist-cutter”, es decir, cortarse las muñecas para dejar bellas cicatrices (una moda que se impuso entre algunos adolescentes a finales del siglo pasado).

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Nishimura apuesta por un cine fantástico que sorprende por sus originales resoluciones secuenciales y su ferocidad políticamente incorrecta, pero que falla en cuanto a guión ya que en líneas generales resulta demasiado simplificado. Aunque no se corta ni un pelo al describir y mostrar a ese segmento enfermo de la sociedad japonesa como catalizadores de lo antisocial; esa misma sociedad que tolera según que productos fílmicos underground que son más apreciados en Occidente que no en su propio país. No podemos considerarla pues un filme gore de autor, pero si intenta distanciarlo de otras películas de similar temática que han aparecido en el mercado nipón en la última década (Stacy, Tokyo Zombie, etc). Seguramente algunas producciones de zombies contengan más sangre y vísceras pretendidamente rodadas como si fueran reales que no la producción de Nishimura, pero a diferencia de éstas, nunca antes en un largometraje habíamos presenciado a un monstruo que al partirle sus cuatro extremidades volase como un cohete mediante la expulsión de su sangre. Increíble. Y así, podríamos proseguir hasta describir la totalidad de escenas gore que desbordan al espectador por su imaginativa puesta en escena.

Si bien algunos han querido compararla con algunas producciones de Takashi Miike (léase Ichi the Killer, por bien que esta última tenía un guión mucho más elaborado) o ver al propio Nishimura como su relevo generacional, lo cierto es que su cine tiene sentido dentro de su ambiente, de sus parámetros anticomerciales y de su limitado mercado. De momento no vemos a Nishimura rodar blockbusters en un plazo de diez años, como si hizo Miike en su día al saltar al celuloide comercial con Llamada Perdida. Lo único que podemos augurar viendo el tremendista final de esta Tokyo Gore Police, es que “coming soon” podremos ver una segunda parte con Eihi Shiina (casualmente la enfermiza psicópata de Audition de Miike) transmutada en un femme fatale mitad policía, mitad bestia. Una diva que cualquier aficionado querrá ver más allá de las ocurrencias visuales extremadamente sanguinolentas que pueda contener el siguiente episodio de esta furiosa película nipona.

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