Historia de pequeños gángsteres rodada por el maestro del ascetismo cinematográfico. Vivencias de una comunidad alejada de la metrópolis de Taipei que malvive a base de trapicheos. Relato de unos fracasados que intentan prosperar en el mundo del hampa local. Adiós a los sueños, adiós.

Kao, un pobre analfabeto de una ciudad al borde de la miseria y que se encuentra anclada en una zona rural del sur de Taiwán, pretende escalar posiciones sociales a través de chanchullos que organiza junto con su camarada Hsi, su protector. Junto a sus novias intentan montar un restaurante en la capital, pero pronto reciben un encargo de la zona de donde proceden que los envuelve en un escándalo de corrupción gubernamental y en una rencilla familiar del pasado. Sus nombres están en el punto de mira, y esos sueños en los que la frustración se convierte en éxito cada vez parecen más desvanecidos. Esa ilusión para escapar del sur se vuelve una pesadilla que termina en fatales consecuencias.

Adiós Sur, Adiós (1996) se estrenó casualmente en el mismo año que Edward Yang, el que fuera uno de los más importantes cineastas taiwaneses de la antigua Formosa, presentaba en sociedad Mahjong, otra producción en que la delincuencia juvenil aspira a convertirse en pequeños empresarios de los bajos fondos para prosperar en una sociedad que estaba saliendo de su oscurantismo político. Son dos producciones que coinciden temáticamente en tiempo y espacio, pero que formalmente se alejan de sus objetivos. Adiós Sur, Adiós intenta describir la cotidianeidad de esos desalmados de clase baja, que deciden convertirse en pequeños mafiosillos para salvar su integridad, desde una óptica casi documentalista y en perpetua experimentación técnica; mientras que Mahjong opta por un relato plenamente cinematográfico perfilado mediante una brillante dirección artística y una clásica composición escenográfica. Pero si algo caracteriza ambos realizadores es los fuertes lazos de amistad que los unían (Yang nos dejó en el 2007), por lo que no resulta casual esta compenetración fílmica a la hora de afrontar dos proyectos con una misma temática como telón de fondo.

Por otro lado, esa experimentación que comentábamos antes surge conscientemente de la buena voluntad del realizador por seguir los postulados inculcados en el “Manifiesto del Cine Taiwanés” del año 87. Esto le conllevó a aceptar una responsabilidad casi moral que en este filme no se cumple al romper con la estructura del relato clásico sin profundizar en el tempo desalineado que imprime en todo el metraje y al ofrecer vanas experimentaciones frustradas por un mal uso de la cámara en algunas secuencias deficientemente mal rodadas, denotando cierta ambigüedad a la hora de afrontar la trama. Es decir: hay secuencias nocturnas que pretenden ser de un realismo sobrecogedor, pero al ver como las luces impactan sobre la lente de la cámara, pierden todo ese poder subyugador que debería transmitirse al estar ante una secuencia que describe una hipotética situación real. Si encima pretende describir un momento concreto de la sociedad taiwanesa, en el que el orden jerárquico del poder local se estaba adiestrando hacía una evolución natural con tal de modernizar definitivamente el país, es inconcebible que ese proceso natural por romper el diseño clásico mediante recursos que se acercan al discurso vanguardista (esas texturas fotográficas mediante filtros verdes o rojos quemados, esa dilatación espacio-temporal, etcétera) sea válido para un docudrama de gángsteres como el que ha pretendido hacer Hsiao-hsien.

La capacidad mimética de Adiós Sur, Adiós se constata en su sencillez argumental (que no narrativa) y su vocación por integrar elementos escenográficos visibles en el cine de mafias de Hong Kong y Japón, como influencia anti-cultural de una Taiwán que, valga la redundancia, permeabiliza e integra en su sociedad las tendencias culturales de sus países vecinos. Esto es visible en la exhibición de los tatuajes que lleva gravados el protagonista con los de un usurero que trabaja en una agencia de mudanzas, así como en los momentos de intimidad nocturna protagonizados por las parejas de los mafiosillos. Semejanzas pues entre el cine de Kinji Fukasaku por ejemplo y este largometraje. También la tensión y los pequeños enfrentamientos para cerrar disputas y deudas parecen encontrar ciertos paralelismos entre ese cine de pandillas juvenil que inundaba con fuerza las pantallas de Hong Kong a través de productos como la recordada saga de Young & Dangerous.

Lo mejor ante un filme de estas características es tomárselo como si un discípulo de Scorsese hubiera querido realizar un filme de autor con trasfondo mafioso. En realidad, puede que ese aprendiz sea el mismo realizador de Monga (Doze Niu, 2010), una producción taiwanesa de pandilleros muy al estilo del director ítaloamericano, y que puede ser el complemento mainstream ideal para esta Adiós Sur, Adiós. A la que podríamos sumarle Rainy Dog (1997) una ya vieja peliculilla de Takashi Miike, en la cual el hiperactivo japonés iconoclasta situaba la huida de un arruinado mafioso en el corazón de una comunidad destartalada de Taipei. No se que tendrá la vieja isla colonial, pero lo que está claro es que Hsiao-Hsien ha revindicado a las clases más desfavorecidas a través de una drama que podría haber resultado del todo oportunista si hubiera optado por recorrer a las viejas fórmulas del cine de mafias (léase violencia seca y contundente), pero que en sus manos se convirtió en una radiografía de los bajos fondos de su país.