En la recuperación de nombres que se han ganado fama, Tron nos llega con el apellido Legacy para ser candidata al trono del cine navideño. Y de la misma forma que algunas series casposas se transforman en largometraje, el retorno obliga a preguntarse ¿valía la pena? Con un éxito más que discutible, la cinta de Lisberger de 1982 terminó por convertirse en referencia por mucho que sea improbable encontrársela en redifusión televisiva (no al menos hasta que se acerque más su estreno y alguna cadena quiera buscar audiencia fácil), y no es recomendación habitual de los cinéfilos. De hecho, los amantes de los videojuegos ortopédicos de los 80 difícilmente la calificarían como una de sus favoritas, y en su lugar muchos de ellos la vieron por obligación sin caer rendidos ante sus juegos de luces y una particular estética tan única como probablemente indiferente, por mucho que fuera obra de Syd Mead (Blade Runner, Aliens… ambas con imágenes sí intemporales).

Ahora bien, a Tron se la considera la cinta que puso el punto de partida en un subgénero de la ciencia ficción como es el de la realidad virtual, una suerte de versión tecnológica y modernizada de esos mundos paralelos a lo Lewis Carroll que además pretendía de alguna forma llevar a imágenes el sueño de todo videojugador: protagonizar en primera persona sus juegos, absorbido el protagonista por motivos difícilmente comprensibles por el CCP. Ahí busca al programa Tron entre retos y más retos, algunos hechos para ser juegos verdaderamente adictivos.

Es conocido que por errores en la emulsión del metraje, algunas interferencias visuales dañaron el resultado final, con una solución tan curiosa como la que resume la máxima “si no puedes con tu enemigo, únete a él”: se añadieron ruidos en esos tramos para que la interferencia tuviera aspecto de intencionada. Hay incluso algún gráfico de PacMan que sólo puede observarse en pantallas de alta definición (en su momento en el cine) pero no en televisiones convencionales, y todo fue realizado por grafistas de Disney que no estaban en los planes iniciales ya que los que sí lo estaban consideraban que la animación por ordenador les reemplazaría en el futuro y no estaban dispuestos a ceder el puesto.

¿A dónde vamos con todo esto? A una circunstancia llamativa: en demasiadas casos la historia tras una película, su importancia en su momento o su influencia posterior es más interesante que la propia cinta. Y por ello entre un documental tipo making-of de Tron y el propio original, uno se queda claramente con lo primero. Con la segunda versión que está por venir, el tiempo dirá (o para los más “pragmáticos”, la presencia de Olivia Wilde)