Los Pang Brothers, creadores de la mini-saga The Eye, regresan con una seudo secuela de The Storm Riders, que ha provocado la disparidad de opiniones allí dónde se ha proyectado a consecuencia de su estética posmoderna.

Hay tebeos que nunca deberían adaptarse a imagen real, pues la magia que los caracteriza se rompe al dotarlos de movimiento escénico. Le pasó a Devilman, la multimillonaria recreación cinematográfica que se hizo del célebre personaje concebido por Go Nagai en el año 72; o a Dragon Ball, cuya versión americana nos hizo sumergir en una profunda depresión. Ahora es el turno de Fung Wan, una de las obras más conocidas y apreciadas del dibujante Wing-Shing Ma y que se viene publicando en Hong Kong desde el año 89. Este longevo manhua ya había sido adaptado a la gran pantalla por Andrew Lau bajo el nombre de The Storm Riders (1998). Los Pang Brothers ahora han reciclado una de las sagas del cómic original para ofrecer una secuela de la versión de Lau. Pero si en aquella ocasión Nube y Viento venían secundados por una serie de personajes con cierta idiosincrasia dentro de la película y avalados por un guión que, además de delimitar su origen, se mantenía firme a la hora de exponer las aventuras en las que se veían envueltos, en esta versión posmodernizada hasta el límite, la historia queda pulverizada por unos impresionantes pero agotadores efectos visuales.

A los Pang Brothers les encanta envolver sus producciones con secuencias espectaculares puramente esteticistas; Re-Cycle (2006) sin ir más lejos parecía una fábula de Jim Henson adornada con unos efectos especiales de última generación, maquillando así el mensaje ultra conservador que se podía entrever en la historia. En The Storm Warriors, la extensa sobresaturación visual convierte el filme en un producto vacío de contenido. Lo estético prevalece por encima de la historia (la extremada pixelación de la fotografía ofrece texturas recargadas y las batallas a cámara ralentizada agotarán la paciencia de más de uno), pero cuando esa visualidad escénica es tan reiterativa termina por extasiar al espectador, que asiste al combate más longevo de su vida en unos veinte minutos finales exasperantes a cámara lenta. Otro de los problemas no solventados a lo largo de sus casi dos horas de metraje es que se da por hecho las historias personales de ambos héroes, sin tener en cuenta la ignorancia de esos espectadores que descubren la saga por primera vez. Y es que la cinta se abre sin presentación alguna, y en plena mitad de un combate contra un poderoso líder japonés que amenaza la vida de los dos luchadores y del emperador chino. Nube y Viento quedarán malheridos en este enfrentamiento y se entrenarán para combatir a ese demonio japonés, apoyados en todo momento por un par de féminas y un viejo maestro. Lo novedoso es ver como uno de los dos protagonistas se pasa al bando enemigo al practicar artes marciales oscuras.

Lástima que esos impresionantes efectos visuales, que por momentos parecen reciclados de 300 (Zack Snyder, 2006), no hayan sido aprovechados para potenciar la historia en sí, pues si algo caracteriza los cómics originales es su condición de pertenecer al género de aventuras siguiendo los principios del wuxia. Y la cinta de los Pang Brothers se olvida completamente del espíritu del esas novelas y cómics pulp repletos de luchadores con espada que desafían las leyes de Newton. Solo nos preguntamos que motivos impulsaron a no rodarla en 3D, pues hubiera sido el formato ideal para poder disfrutar de la espectacularidad de algunas secuencias que, combinadas con una pomposa banda sonora, convierten a esta secuela en un blockbuster para no pensar.