Una película entretenida pero decididamente olvidable.
Son varios los cambios que presenta La travesía del Viajero del Alba respecto a los títulos de la saga que la han precedido, es decir, El león, la bruja y el armario y El príncipe Caspian. Tras desentenderse Disney de la producción del filme que nos ocupa, ha sido la Fox quien finalmente continúa con la adaptación a la gran pantalla de los libros de C.S. Lewis, tras el bajón recaudatorio que supuso la propuesta anterior.
Como consecuencia, el presupuesto con que se ha contado para la elaboración de esta tercera parte se ha visto mermado considerablemente, con la intención de ajustar costes ante otro previsible tropezón en taquilla. La primera damnificada de esta decisión es la parcela de efectos digitales de la cinta, que no está a la altura de sus predecesoras. Otra que se ha visto sensiblemente reducida es la duración, que ha pasado de rondar las dos horas y media a no llegar a superar los 110 minutos de metraje.
Tras las cámaras, sin embargo, Andrew Adamson ha dejado paso al mayor renombre y veteranía de Michael Apted (Gorilas en la niebla, Corazón trueno, Al cruzar el límite), cuya habilidad permite que estemos hablando de un producto que no pasará a los anales del género de aventuras fantásticas, pero que al menos cumple con lo que promete y satisfará a los seguidores de este tipo de cine, sobre todo si su edad no se aleja demasiado de la infancia.
La historia aquí contenida comienza cuando Lucy y Edmund Pevensie regresan al reino de Narnia, acompañados de su repelente primo Eustace. A bordo del barco que da título a la película, y junto al rey Caspian, emprenderán la búsqueda de siete caballeros de Narnia que han desaparecido, visitando un buen número de islas mágicas y teniendo que vérselas con dragones, enanos y una banda de guerreros perdidos.
Las peripecias de los protagonistas resultan más entretenidas que en los títulos previos de la saga –y también están mejor narradas–, dando forma a una cinta de aventuras sin excesivas pretensiones y que no se aleja ni un ápice de los cánones habituales. Hay que reseñar, además, el toque a lo Piratas del Caribe que se ha impreso, y que da a entender que se ha buscado una mayor comercialidad de cara al espectador medio que hubiera podido perder interés tras el visionado de El príncipe Caspian.
A favor de la cinta, su dinamismo y una factura técnica a la que poco se puede reprochar, pese a sus limitaciones monetarias. En el lado opuesto de la balanza transmite poca emotividad, la acción a veces progresa a trompicones –rompiendo el ritmo establecido hasta el momento–, y el guión apenas sorprende en ningún momento, creando una película entretenida pero decididamente olvidable con rapidez, especialmente si ya se ha superado la adolescencia.