Llega a nuestras pantallas el nuevo alumbramiento de Juan José Campanella tras arrasar internacionalmente con El hijo de la novia. Sin ese fulgurante éxito, los distribuidores no nos habrían dado al oportunidad de disfrutar de otro gran trabajo del tándem Darín-Campanella en El mismo amor la misma lluvia, rodado años antes y al que se le dio una proyección más silenciosa pero que obtuvo un mayor calado en la crítica.
La mirada de Campanella descubre unos personajes por los que siente verdadera debilidad: gente corriente que se empeña en sacar su vida adelante cueste lo que cueste. El cine del director argentino muestra cómo se desenvuelven estos héroes comunes que forman parte de un conflicto en el que el espectador se siente plenamente identificado
En Luna de avellaneda los héroes abarcan una gran gama de personajes, siendo éste un film coral en el que cada intérprete habita en un espacio especialmente creado para él. Por esa razón, el reparto no podrá haber dado mejores resultados: con el flamante Ricardo Darín a la cabeza (premio al mejor actor en el pasado Festival de Valladolid) y acompañado de Eduardo Blanco, la brillante Valeria Bertucelli y un felizmente recuperado José Luis López Vázquez la cinta acaba siendo de lo más complaciente con el espectador: todo funciona a la perfección a la hora de buscar la sensibilidad del respetable.
Su título da nombre a un pequeño club que entra en crisis por falta de pago y al que quieren convertir en un casino. Algunos miembros del barrio no están de acuerdo y desafiarán al gran capital en un intento de salvar su dignidad y sus recuerdos.
Concebida como una trilogía no buscada, en palabras del cineasta, El mismo amor al misma lluvia trataba sobre el individuo, El hijo de la novia se centraba más en la familia y con Luna de Avellaneda se sumerge en la comunidad (sic) sumida en una crisis de identidad en el que muchos ven un fiel reflejo de la sociedad argentina.
Más allá de paralelismos consigue lo que se propone y complace al espectador en todo lo que pide, esto es, buena labor de todo el elenco, funcional amalgama de risas y llanto y demás constantes en el cine de Campanella. Aunque se pueda echar de menos el riesgo de sus comienzos con El niño que gritó puta.