Lo que falla en Fake orgasm es su conjugación de excesos.
Jo Sol, de nombre Jordi aunque convenientemente acortado en lo que podría ser toda una declaración de intenciones sobre la ambigüedad del género, ha visto finalmente su pieza estrenada en las salas comerciales. Eso sí, con tres años de retraso, lo cual no ayuda precisamente. Para empezar, porque la simulación de orgasmos, una de las bazas argumentales prioritarias, no supone una novedad. Para continuar, porque la transgresión de los clichés sobre sexualidad, tampoco suponen una gran ruptura. Y para acabar, porque el debate sobre género e identidad se inició hace ya décadas.
Pero el sexo vende, y lo que es más, suscita polémicas, aprovechadas por este documental. A través de un artista conceptual, Lazslo Perlman, asistimos a todo un recorrido sobre los prejuicios sexuales más arraigados. Durante este camino las convenciones van a ser interrogadas libremente y sin ningún tipo de ataduras. Con esta premisa, la montaña rusa del sexo está servida; a diferentes velocidades y con inesperados golpes de efecto.
Fake orgasm es un compendio de ideas correctamente hilvanadas que recurre tanto a la reflexión divertida como a los pasajes asentados en la incomodidad para lograr un efecto irreverente que queda al descubierto en todo momento. Su intención, más que educativa o dogmática (aunque, por supuesto, exista entre líneas una limpia manipulación de ideas) es esencialmente provocadora. Es en la secuencia clave del filme, en la que el protagonista muestra sus lindeces sexuales al mundo, donde empieza la persecución incansable de la mente del espectador para dinamitar todos sus cimientos.
Desde luego, parte del mérito de esta producción radica en Perlman, quien es todo un espectáculo en sí mismo y supone el mejor maestro de ceremonias que uno se pueda imaginar para estos escarceos mentales. Sus modos, maneras, ideas, y todo lo que le atañe será insólito par algunos, profundamente fascinante para otros. En esta lucha de entelequias sexuales, y algunas gratuitamente calenturientas, se encuentra la razón de ser del documental. Su propósito es simplemente ese, aunque no tenga nada de simple.
Lo que falla en Fake orgasm es su conjugación de excesos, por irónico que pueda parecer. Demasiados registros narrativos, demasiadas epifanías sexuales que caen en la reiteración y demasiadas ideas construidas sobre la ambigüedad de género e identidad hacen que resulte un conglomerado excéntrico. Con todo, su subversión del super macho, su colección de personajes anti-canon y el panorama que dibuja sobre el deseo o la libido merecen la pena. Eso sí, ante este magma de turbulencias sexuales, las mentes conservadoras mejor absténganse. El que avisa...