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Goemon de los bosques

Un artículo de Eduard Terrades || 03 / 1 / 2011
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Ninjas y ladrones, héroes del populacho y enemigos del shogunato. Así se podría resumir Goemon (2009), un blockbuster japonés que recaudó unos 17 millones de dólares (14 de los cuales en su propio territorio) y que recrea la historia del legendario Robin Hood nipón de forma esperpéntica.

Casshern (2004) aún es recordada con cierto entusiasmo por todos aquellos seguidores del cine fantástico japonés. Su director, un Kazuaki Kiriya que Hollywood debería fichar ya para dirigir según que películas de súper-héroes, quiso regresar por la puerta grande a través de su peculiar visión sobre Goemon: el ninja más famoso del siglo XVI, adaptando sus aventuras al libre albedrío. Y no resulta famoso precisamente por su cara bonita, sino porque intentó asesinar a Toyotomi Hideyoshi, el sucesor de Nobunaga Oda y, que entre otras hazañas, se encargó de reunificar el Japón feudal, un ansiado sueño de su maestro. Ciertamente Goemon Ishikawa se ha erigido como estrella pop, pues de su personaje se han hecho videojuegos, novelas y hasta uno de los amigos de Lupin III, ese anime tan divertido sobre el famoso ladrón de guante blanco creador por el escritor francés Maurice Leblanc, se inspiraba vagamente en este legendario ninja.

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Pero dejémonos de más preámbulos y centrémonos vagamente en su argumento: Año 1582. Nobunaga Oda estaba a un paso de hacerse con todo el archipiélago japonés, pero Mitsuhide Akechi, uno de sus máximos generales, le obligó a cometer seppuku en contra de su voluntad. Toyotomi Hideyoshi, uno de los fieles hombres de Oda, derrota a Akechi y consigue reunificar el país bajo un solo mando. Pero no lo tendrá fácil, pues en este punto entra en escena Goemon, un ninja que se pone al servicio de la plebe y decide robar a los más ricos. En una de sus misiones en Nanban encuentra una misteriosa reliquia, entre unos restos funerarios, que esconde enormes poderes. Custodiar dicha reliquia no será tan sencillo, pues irá traspasándose de dueño hasta caer nuevamente en las manos de… Y hasta aquí podemos leer. Eso si, entre los candidatos en hacerse con dichos poderes sobrenaturales tenemos al mismísimo Iyeasu Tokugawa (primer shogun nombrado evidentemente por el propio Emperador) y Hattori Hanzo (otro ninja pulp muy famoso del siglo XVI y que Tarantino recicló para su Kill Bill vol.1 como forjador okinawense de katanas).

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¿Y quien interpreta al rufián de Goemon? Incertidumbre resuelta: Yosuke Eguchi, actor capaz de interpretar cualquier papel que se le ponga por delante, y que viene codeándose con los mejores desde los años 80. ¿Pero a quien le importa la plantilla de actores si lo que cuenta son las secuencias de acción y los impresionantes efectos especiales utilizados en ellas? Y es que ya lo decíamos antes, Kiriya vuelve a deslumbrar visualmente al utilizar esas texturas sintéticas utilizadas en Casshern. En ocasiones, parecía que esa fotografía con tonalidades tan extremas y pigmentadas, saturadas con una coloración fría, se adueñaban de cada fotograma, hasta el punto que el espectador podría sentir en sus huesos esa frialdad que reinaba en todo el metraje. No en vano, Kiriya era (y sigue siendo) el director de fotografía. Y aunque siga prefiriendo una independencia logística en cada proyecto que afronta, en esta ocasión se asoció con varias majors (incluida la delegación japonesa de Warner) que le garantizaron solvencia suficiente para finalizar semejante reto cinematográfico. Vaya, que a Kiriya le gusta trabajar de manera independiente pero asegurando un buen respaldo ejecutivo para poder convertir sus producciones en blockbusters. Dirige, filma, monta, escribe y edita; todo él solito. Tampoco os imaginéis un Steven Soderbergh a la japonesa, pero poco le falta.

La brillante composición visual de Kiriya se nota no solamente en las escenas de acción, sino también en todo el diseño artístico, recreando un período histórico convulso mediante unos decorados barrocos (made in CGI) que justifican el dinero invertido. Narrativamente también resulta fluida, pese algunos momentos de distensión argumental, transmitiendo todos sus personajes una sensación cool (igual que en Casshern) que realzan en su conjunto la espectacularidad de la ya por si propuesta histórica en la que se sumerge el espectador. Una superproducción pues que se aleja de los viejos dramas de samuráis (o del chanbara más sangriento) y que como moneda de cambio mezcla acción, suspense, aventuras y fantasía heroica a partes iguales: un cóctel japonés que revitalizó la escena más comercial de su propia cinematografía; una ocasión para adentrarse en la historia nipona desde un ángulo muy diferente al que ofrece un libro de texto; una manera de penetrar en la cultura popular de Japón a través de un mítico héroe nacional que encuentra demasiados paralelismos con el Robin Hood occidental.

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