Si algo puede decirse del género de la comedia romántica, es que no está llamado a producir grandes revoluciones en el cine contemporáneo, que huérfano de pretensiones, pocas son las innovaciones a aportar. Esto, más allá de las propias del reclamo publicitario para introducirnos en una historia muchas veces contada: la nueva pareja que revivirá, en permanente déja vù, un happy end liviano con su intrascendente momento de tensión de obvia resolución.
En esta ocasión, en el intercambio de cromos que son los papeles de protagonista, ese nuevo clásico que es Hugh Grant, personaje llamado a convertirse en mito dentro de estos papeles de seductor, se une a la figura de Sandra Bullock. El primero, ha ido experimentando una evolución en su encasillamiento que no le ha permitido librarse de él totalmente. De bonachón adorable, al impresentable egoísta del diario de Bridget Jones, pasando por el adorable-bonachón-impresentable y egoísta de Niño Grande. Ahora, en la selección de rasgos, se queda con unos pocos de los anteriores para ejercer de inmaduro millonario caricaturesco. Total, que no va a cambiar demasiado su carrera ni la de la señorita en cuestión, con quien vivirá un guión de escenas de telecomedia americana para dar aquello que debe estar buscando quien acude a esta proyección.
Indiferentes pues a la trama, la que nos habla de cómo el señor todopoderoso se hace adicto-dependiente de la filántropa abogada a la que contrata, nos pasearemos entre gags sutiles y ligeros, durante poco más de hora y media de risas suaves y sonrisas fáciles.
Conclusión incuestionable: una más para el saco. Otras se le unirán pronto.