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Bhoot: India encantada

Un artículo de Eduard Terrades || 17 / 1 / 2011
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Espíritus recelosos, posesión espeluznante, varios crímenes sin resolver y hasta unos cuantos zombies tránsfugas de Romero: una mezcolanza ideal para introducirse en la India terrorífica mediante un producto de Bollywood sin números musicales que para nada se asemeja a esos extensos largometrajes tan coloristas y vitalistas surgidos en el corazón de Bombay.

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Vishal es un analista financiero que decide instalarse con su esposa, Swati, en el dúplex de la planta doce de un rascacielos de Mumbai. El arrendador le advierte que hasta la fecha nadie ha querido alquilar la vivienda al quedar marcada por un supuesto accidente que terminó con la vida de su antigua propietaria y su hijo; un caso sin cerrar que se justificó con un suicido inexistente. Vishal le esconde el trágico secreto a su mujer, pero a los pocos días de residir en la vivienda, Swati parece recibir la visita de un ente que poco a poco se va apoderando de su consciencia. Por si fuera poco, y en extrañas circunstancias, muere el vigilante de seguridad del edificio. En un primer momento, Vishal recurre a un psiquiatra amigo suyo que es padre de una hija que padece un cáncer en fase terminal. Pero al comprobar que los fenómenos paranormales han invadido el piso y, que cada vez más, una extraña presencia rodea el alma de su mujer, decide recorrer a una médium especializada en posesiones. La vida de Swati peligra, y más cuando el espíritu de la antigua inquilina haga acto de presencia para advertirles que su muerte fue un asesinato, cuyos implicados podrían esconderse en las inmediaciones del edificio.

Traduciendo del hindú, la palabra bhoot significa fantasma, equivaliendo a nuestros espíritus pero en versión india, con sus peculiares manifestaciones a través de un cuerpo poseído. Este término, que en sánscrito se pronunciaría bhûta, es el que utilizó el magnate del séptimo arte Ram Gomal Varma para bautizar a una de sus producciones más taquilleras e impactantes de toda su filmografía: Bhoot (2003), que asimismo readaptaba el filme de homónimo nombre producido por los Ramsay Brothers (gurus del terror indio) en el año 84. Varma es un autor multidisciplinar que ejerce como productor, realizador, guionista y promotor de los filmes asociados a su emporio, y dada su capacidad para influir en las audiencias, tuvo la brillante osadía comercial de recomendar a todos los espectadores que sufrían del corazón que no osasen entrar a ver este largometraje de impecable factura sonora. Una advertencia que funcionó como reclamo, pero no en vano hace honor a su proclama, pues esa puesta en escena tan minimalista, que construye en función de los limitados espacios que da de si el apartamento, consigue asustar al más precavido, más allá de todas esas visibles referencias cinéfilas que pueden vislumbrarse a lo largo de sus casi dos horas de metraje.

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Y es que Varma se nutre del cine popular local, apropiándose también de esa iconografía espectral de la que hacen gala muchas producciones de terror occidentales para servirse de artimañas que consigan asustar. Todo ello recogiendo el testimonio de varios largometrajes asiáticos con presencia ectoplasmática, de los que aprovecha sobretodo el diseño estético de los fantasmas y la planificación de las secuencias de más tensión ambiental. El inteligente cineasta indio toma ideas prestadas de películas que han llegado en India vía DVD, haciéndolas suyas y reciclándolas para adaptarlas al gusto local: desde material descartado para Kaun (1999), su anterior película de género fantasmal, pasando por esos clásicos del cine de terror estadounidense como son El Exorcista (1973), El Ente (1982) o incluso La Centinela (1977). Aunque lo más gracioso sigue siendo los distintos paseos que efectúa por los pasillos el niño protagonista de The Eye (2002), no del insulso remake yanki, sino del filme original firmado por los Pang Brohters. Curiosamente el acertado minuto final, enmarcado dentro de la celda de una prisión cualquiera, parece que debió gustar al guionista y a los productores de El Exorcismo de Emily Rose (2005), pues hay un sospechoso giro espectral demasiado parecido con el filme de Varma. Asimismo, la infravalorada The Park (estrenada en diciembre de 2003), largometraje facturado en la nueva hornada de cine de terror de Hong Kong con una trama sin demasiada concreción temporal, aprovechaba algunas soluciones narrativas y visuales retomadas del filme de Varma, además de incluir un moderno rascacielos con tintes sobrenaturales en su atrezzo.

Después de visionar este filme, muchos espectadores locales se lo pensaron dos veces antes de adquirir alguna vivienda superior de algún bloque de Mumbai, capital del estado de Maharashtra más conocida por el turismo foráneo como Bombay y sede productiva de la industria de Bollywood. El filme consigue que nos rasguemos las vestiduras en algunas escenas, que por desgracia en muchas ocasiones quedan relegadas en segundo término por ese binomio temático obsesionado en combinar drama con horror. Esta falta de determinación genérica implica que se decante hacía un thriller sobrenatural más que por una película de terror al 100% (algo que sucede en otras producciones indias y curiosamente en la trilogía de The Eye de los Pang Brothers a la que hacíamos mención). Pero si algo consigue Varma es la plena unidad de todas esas influencias en un solo espacio (el rascacielos), cohesionando varios puntos de fuga narrativos en una sola trama no exenta de polémica y profusamente estereotipada por el blockbuster internacional. La tenacidad del cineasta se expresa con un resultado final más que convincente, marcando un punto y aparte en la industria local (que no es poca por cierto) a través de la expropiación de materiales ajenos que le han servido para reafirmar su posición como empresario completo del cine indio.

Tal vez este sea el mayor logro personal de un chiflado cinéfilo que pretende entretener a su país con producciones bien empaquetadas. En esta producción decidió divertirse asustando a sus paisanos utilizando los viejos bhoot, remasterizados por la infrenable globalización cinematográfica a los que Varma se aferra para expresar su amor por el séptimo arte.

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