En muchas ocasiones, el éxito se basa en la oportunidad, aparecer en el momento oportuno con el producto oportuno. Algo de eso debió pasar con la primera parte de la película basada en el libro de Helen Fielding, con el que retrataba a una mujer imperfecta, rellenita y abocada a la permanente humillación por una mezcla de mala pata e inocencia semiestúpida. La encarnación de un personaje real en celuloide debió llenar un hueco que amplificaba su mensaje en un mundo dominado por la primacía de lo estético. La demagogia sobre la belleza interior,y una lectura cómoda –o hipócrita–, se unían a un guión repleto de momentos cómicos que la llevaba en final pasteloncio a los brazos del hombre perfecto. Antes se habría peleado con sus kilos, con un egoísta redomado y servidor de cornamenta al que con gusto se había beneficiado, y con sus relaciones familiares siempre por medio. En conjunto, una película más que bien hecha, el éxito, sobradamente merecido.
En muchas otras ocasiones, de forma más habitual, ese éxito se basa en la marca, en el nombre y en lo ya hecho, y es así como a pesar del gozo fácil del público con mono de risa simple, Bridget Jones: Sobreviviré, no llega a los niveles de su debut, y en demasiadas ocasiones no esconde todo lo que el decoro aconseja sus propósitos comerciales.
A golpe de tema de banda sonora rescatada de teletienda nocturno para reventa de merchandising, los elementos que funcionaron en la primera, son partes indispensables en la segunda. Forzada referencia a las cachas de la protagonista, a los grandes mantos que usa para cubrirlas, a su tonteria bondadosa que le permite moverse entre el bochorno y la negación con gracia fructífera, y la disputa entre los dos machos abiertamente ridícula para vivir de otro gag del pasado. El mensaje es claro: da igual si eres gorda y no tienes demasiadas luces, puedes tener al hombre perfecto, e incluso al perfecto hombre imperfecto como entretenimiento, que todo saldrá bien. Sólo tienes que ser tu misma, sonreir, seguir comiendo, y escuchar esas canciones maravillosas de nuestra banda sonora, que eso sí, has de comprar al salir del cine.
Una parte del público queda esperanzada con lo que puede llegar a ser, durante un rato come las palomitas parando la cuenta calórica. La otra se ríe de ella y no con ella, y afortunadamente Hugh Grant sigue resultando más cómico cuanto más impresentable es el personaje que le toca interpretar. Por lo demás, la historia se mueve a trompicones y saltos de un lado a otro, en demasiados momentos las bromas son tan ridículas como manidas y falta una cierta cohesión quizá explicable porque esta vez entre cuatro guionistas (incluyendo a la autora) lo mejor era optar por un poco de todo, y concretamente de todo lo que funcionó cuando había un nombre que ganarse.
Lo misterioso sigue siendo por qué una oronda que no lo es, una actriz esbelta de mitad de lista que se hincha y deshincha como un globo aerostático, fue la elegida una vez para este papel. Entonces ni le habían dado el Oscar por sobreactuar en Cold Mountain ¿no había alguna rellenita en ese universo de válidas mujeres entrada en carnes que pudiera ejercer de protagonista sin matarse a comer bollos? ¿por qué si es tan maravilloso ser Bridget Jones en la presentación a la prensa ya se había dejado los trescientos kilos de manteca en algún lugar inescrutable?
Quizá si algún día los Greatest Hits de los 80 dejan de venderse hagan una tercera parte y entonces lo entendamos. Para entonces el nivel puede haber llegado a mínimos vergonzosos.