Se cumple el centenario del primer largometraje de la historia del cine italiano: Inferno, una magna producción terrorífica que adaptaba La Divina Comedia de Dante, cautivando a la burguesía y a los eruditos de la época mediante una inteligente puesta en escena teatral que combinaba entornos naturales con elaborados decorados.

Dante Alighieri es considerado uno de los poetas italianos más emblemáticos e influyentes de toda la historia de la literatura universal. Avanzándose al pensamiento renacentista, La Divina Comedia se ha erigido como una oda poética que reinterpreta ese misticismo cristiano secularizado entre el cielo y el infierno de una forma muy reflexiva, mesiánica y romántica. Estructurada en tres partes diferenciadas (Infierno, Purgatorio y Paraíso), que fueron escritas en veinte años de diferencia aproximadamente, Giuseppe de Liguoro se fijó precisamente en el primer pasaje para rodar un filme grotesco, con escenas escabrosas e imágenes impactantes que en la época en la cuál fueron rodadas causaron cierto revuelo. Hay que tener en cuenta que en el por el entonces Reino de Italia dominaba una monarquía constitucional, en dónde la cultura no estaba al alcance de todos los estamentos sociales. Se estrenó un 10 de Marzo de 1911 en el Teatro Mercandante de Nápoles (dos años antes de aprobarse el primer sufragio universal para barones) entre un ambiente burgués, entusiasmando particularmente a la clase intelectual. El filme fue un éxito, traspasando el gran charco para desembarcar en Estados Unidos, país en el que recaudó más de dos millones de dólares de la época (una cifra nada desdeñable teniendo en cuenta que el séptimo arte aún era un bebe recién nacido).

Giuseppe de Liguoro, un experimentado director artístico asociado a Milano Films (compañía pionera obsesionada en promocionar el cinematógrafo), se especializó en adaptaciones de grandes obras literarias: suyas son Edipo Rey (1909) y La Odisea de Homero (1911), ambas en peligro de extinción a consecuencia de su deteriorado estado de conservación. Precisamente esta última adaptación, que relata el regreso de Ulises de la Guerra de Troya en forma de versos (y que fue codirigida por Francesco Bertolini & Adolfo Padovan), pone en entredicho esa veracidad documentada por los historiadores de cine que consideran Inferno como la primera producción de larga duración facturada en la refinada Italia de principios del siglo XX. En parte porque se ha perdido medio kilómetro de metraje de La Odisea cinematográfica, y en parte por coincidir el estreno de ambas en fechas similares. Nadie puede atestiguar el mes exacto en la cual se estrenó La Odisea, pero todo apunta a que fue posterior, por lo tanto hay que dar como válida Inferno como opera prima de la historia del cine italiano (y puede que europeo).

Hoy en día podría ser un filme perdido sino fuera por el material recuperado y restaurado por el British Film Institute y el American Film Institute / Library of Congress. Prácticamente se daba por pérdida la copia original (a similitud de la bobina de Metrópolis encontrada en 2008 en Buenos Aires y cuya restauración ha permitido disfrutar de 23 minutos extra de esta obra clave del expresionismo alemán), ya que además hay que pensar que en esa época el material fílmico con el cuál estaba construido todo celuloide contenía una base de nitrato que era altamente inflamable, lo que ya de por si era peligroso en las salas de proyección al no soportar temperaturas demasiado elevadas. A todos estos inconvenientes, exportables a todas las cinematografías, hay que sumarle los dos conflictos mundiales que dejaron en ascuas Italia, dejando huérfana a la industria cinematográfica, que veía como todo su patrimonio quedaba reducido a llamas (y que puede compararse a la de otros países con una profusa tradición fílmica, como por ejemplo Alemania, Francia o Japón, países todos ellos asolados sobretodo por la Segunda Guerra Mundial). Pero Inferno, valga la redundancia, sobrevivió al infierno de las llamas.

Desgraciadamente esta restauración no cuenta con la partitura original, y en su lugar se optó por pedirle al grupo de new-age alemán Tangerine Dream que rescribiera una banda sonora que se adecuara a las chocantes imágenes que proyectaba el filme. Aunque no desentone en algunas secuencias (y es que el filme prácticamente agrupa por secuencias de prolongada duración los mundos que van pisando Virgilio y Dante), resulta algo repetitiva y monótona. Diríamos que un tanto alucinógena, y por mucho que en ciertos momentos case a la perfección con las dramáticas situaciones en las que se ven expuestos los dos protagonistas de la obra, no termina de cuajar en su conjunto. Y es que la fuerza que ya de por si desprenden las imágenes, estas restan importancia a una música demasiado reiterativa en ese sonido electro taladrante. Pero los devoradores de cine mudo ya están acostumbrados a este tipo de experimentos; no en vano el compositor y productor Giorgio Moroder “restauró” precisamente la Metropolis de Fritz Lang en una versión estúpidamente coloreada, y con incursiones musicales de grupos modernos que reinterpretaban las imágenes del cineasta alemán de una forma cuanto menos curiosa.

Dejando de lado meras consideraciones musicales del todo pueriles, lo remarcable es la visión que ofrece Liguoro del infierno dantesco, partiendo en muchas ocasiones de localizaciones naturales que dan una sensación de estar visionando en fotogramas el fin de los tiempos. Parece un presagio al fin del mundo, y esa sensación se acentúa si pensamos que, por razones obvias, todos los actores y extras que aparecen en escena ya han traspasado a mejor vida. Todo empieza con el ofrecimiento que Virigilio le hace a Dante de satisfacer su curiosidad y visitar las profundidades de la tierra para explorar los nueve infiernos a los que son sometidos las almas en función de los pecados que cometieron en vida. Allí se encuentran con varios personajes de importante relevancia histórica, como el conde Ugolino de Pisa, cuyas leyendas (y tal y como muestra un pasaje del filme) afirman que fue confinado en una celda junto con su familia hasta que murieron por desnutrición. Este fantástico viaje culmina con un encuentro mefistofélico con el Lucifer de tres cabezas devorando a Judas imaginado por Dante. No sin antes descender por la exuberante barba del rey de los infiernos para volver al mundo terrenal (si el filme continuase, la salida desembocaría en el purgatorio).

En el último minuto, Liguoro rinde un homenaje directo a Dante al filmar la estatua que se erige en la ciudad de Trento en honor a este maestro precursor de la poesía renacentista.

El valor testimonial del filme no sólo sirve como documento fílmico de la época, sino como hallazgo de ese bagaje primigenio que hizo evolucionar el séptimo arte. Así Liguoro utiliza técnicas más propias de un prestidigitador que no de un cineasta para dotar de mayor realismo al infierno soñado por Dante, incorporando espejismos, transparencias varias, jugando con los claroscuros para mostrar un cuerpo decapitado y un sinfín de trucajes que venían a demostrar que el invento de los hermanos Lumière no se entendía sin el arte de la magia. Mención aparte merece la recreación de Lucifer, que tal y como está enfocado (en el único y exclusivo primer plano de todo el largometraje) recuerda a la pintura Saturno Devorando un Hijo de Goya. Una reliquia pues del séptimo arte que merecería proyectarse en museos y filmotecas para que no cayera en el triste olvido de la inabarcable memoria histórica fílmica.