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In Love We Trust

Un artículo de Eduard Terrades || 09 / 2 / 2011
in love we trust

Silencio, esperanza, egoísmo, celosía, distancia y comprensión; adjetivos que de forma cronológica adornan, definen y describen a todos los personajes de este melodrama chino, en dónde la impotencia de una madre por salvar a su hija enferma la llevan a tomar decisiones impopulares que sólo pueden entenderse como un acto de amor puro, fruto siempre de su desesperación.

Hay largometrajes que se construyen a través de la personalidad de sus personajes. Nos aportan más información sus gestos, sus miradas, su compenetración con los demás protagonistas, que no sus diálogos. Sus estados de ánimo se reflejan a través de las pequeñas insinuaciones gestuales que reflejan sus rostros. Eso ocurre en In Love We Trust (2007), una cruda producción espléndidamente filmada por Wang Xiaoshuai (La Bicicleta de Pequín) que retrata la consternación y aflicción que padece una madre al ver que no cuenta con recursos para salvar a su hija de cinco años de la leucemia.

Su última esperanza recae en su ex-marido, pues el único tratamiento efectivo sería tener otro hijo con él para poder extraer células del cordón umbilical que genéticamente fueran compatibles con la médula de su hija. Una decisión complicada que les supondrá una complicación personal, ya que ambos han rehecho sus vidas amorosas.

in love we trust



Wang es un cineasta que pertenece a la sexta generación de realizadores chinos. Del mismo modo que sus compatriotas (como Jia Zhang-ke o Lou Ye), se preocupa mucho por mostrar ese individualismo que reina en la nueva China como deterioro del obsoleto modelo tradicional, en que las formas venían marcadas por los lemas del comunismo. Igualmente retrata una sociedad moderna en perpetua expansión urbanística, palpable en esos bloques de cemento que han desplazado a los viejos barrios de chabolas. Si Jia Zhang-ke (en Naturaleza Muerta) o Zhang Yang (en La Ducha) muestran en sus filmes la destrucción de esos entornos comunitarios en los que habitaban centenares de chinos apilados, Wang nos enseña como esa especulación ha dado paso a nuevas ciudades dormitorio con un orden interno cuadriculado. Así la familia disfuncional (la que se muestra precisamente en este filme) parece tener su escondite y su razón de ser ante miles de anónimos vecinos. La tradición ha quedado relegada por una incesante modernidad que parece acoger a una nueva clase media (sin ir más lejos, la madre trabaja en una agencia inmobiliaria, mientras que su nuevo marido es diseñador gráfico).

En el amor hay esperanza, parece indicarnos Wang, pero en el milagro económico chino también. Por este motivo, y por decisión expresa del realizador, los personajes sufren pero de forma contenida; en cierta medida siguiendo las conductas típicas de muchos pueblos asiáticos. Sus impulsos responden a los instintos más primarios, pero la forma de canalizarlos es a través de emociones muy básicas.

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Tomemos como ejemplo la primera escena en el hospital: el padrastro advierte a su esposa que no debe llorar delante la niña porque ésta se da cuenta de que algo va mal; la madre optará por salir de la habitación en dónde practican la quimioterapia y estalla en sollozos contenidos mientras la cámara resigue su contorno en un ajustado plano general. Un momento crucial para entender la esencia del filme, construido a base de silencios que sirven para unir al espectador con los personajes, haciéndolo participe de sus emociones y de sus quebraderos de cabeza.

Las situaciones que experimentan nos envuelven en un estado de meditación constante; empatizamos con ellos hasta plantearnos que haríamos nosotros si nos encontrásemos en la misma posición que ellos. Probablemente este sea el motivo principal que nos permite calificar el filme de emocionalmente crudo. Y es que a pesar de ganar el Oso de Plata como mejor guión en la 58º edición de la Berlinale (Xiaoshuai escribió el libreto original), lo importante no es la trama en si o en como se resuelve (de hecho, el filme queda abierto a varias posibilidades), sino a los sentimientos que nos transmite a lo largo de sus 105 minutos.

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In Love We Trust podría servir como modelo a seguir para esos cineastas preocupados por ofrecer buen cine de autor, con un estilo que se aparta de esa obsesión contemplativa practicada por algunos de sus coetáneos (Jia Zhang-Ke sin ir más lejos), encontrando cierta mimetización estilística al cineasta surcoreano Lee Chang-dong (sobretodo en su obra maestra Poesía). Tal vez sea difícilmente digerible por los amantes del blockbuster, pero como este modelo industrial cinematográfico parece no imponerse en exceso en China (quedando reducido al régimen mainland de coproducción con Hong Kong), sería de agradecer que los aficionados al cine asiático la dieran a conocer, primer paso para que todo el mundo la pudiera descubrir. Disfrutarla ya es harina de otro costal, más que nada por el tema que expone, pero nos guste o no, es imposible dar la espalda a la cruda realidad. Wang Xiaoshuai lo tenía claro: debe ser mostrada sin concesiones a la lágrima fácil, filmada desde el ángulo más extremo, ejemplificada con interpretaciones lo más naturales posibles para concienciarnos de que algún día esos padres sufridores podemos ser nosotros.



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La sección en donde se dará a conocer obras perdidas del cine, de ayer y de hoy, con el objetivo de que lleguen al espectador con mayores inquietudes cinéfilas

Actualización: Lunes.

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