Estamos ante una comedia que, por fin, logra que nos divirtamos.
Siempre es agradable no saber muy bien qué esperar temáticamente hablando del nuevo trabajo de un realizador que en el pasado ya ha demostrado su pericia técnica y su querencia por las buenas interpretaciones. En el caso de Daniel Sánchez Arévalo, tras su prometedor y algo dramático debut AzulOscuroCasiNegro (2006) y la tragicomedia coral Gordos (2009), ha llegado la hora de embarcarse en una comedia pura y dura, cambiando nuevamente de tercio y ofreciéndonos la que –esperemos– a la postre probablemente resulte las más rentable de las películas que ha firmado hasta la fecha.
Primos arranca con uno de los susodichos protagonistas quejándose amargamente junto al altar, tras haber sido abandonado unos días antes por la joven con la que iba a contraer matrimonio. Después de un arranque repentino de rabia, no se le ocurre otra cosa que arrastrar a sus dos primos hasta Comillas, localidad donde se le ha metido en la cabeza que podría ser capaz de recuperar a un amor de adolescencia a quien nunca ha podido olvidar.
En la población cántabra veremos cómo el film se ramifica en tres, mostrándonos por un lado los movimientos amorosos del novio plantado (Quim Gutiérrez), pero también la peculiar relación que mantendrá uno de sus primos (Raúl Arévalo) con el antiguo dueño del videoclub del pueblo (Antonio de la Torre), y en último lugar los puntos en común existentes entre el enfermizo e hipocondríaco tercer primo (Adrián Lastra) y el hijo de una de las jóvenes de la localidad.
Parece irse confirmando que cuanto más se aleja Sánchez Arévalo de los parámetros dramáticos menos valor intrínseco tienen sus películas, apreciándose desde su debut un ligero aunque claro declive a la hora de encontrar una redondez en lo que nos propone desde la gran pantalla. En consecuencia, la cinta que aquí nos ocupa peca de ser la más intrascendente de su breve filmografía, pese a que ello no tenga por qué desembocar en un título a desdeñar.
Obviamente, con actores fetiche en estado de gracia –principalmente los impecables Raúl Arévalo y Antonio de la Torre, así como un Quim Gutiérrez que ya puso en práctica su vena cómica en la fallida Una hora más en Canarias– y unos diálogos chispeantes y vivos es complicado que salga un film aburrido, moviendo a la risa en suficientes ocasiones como para que estemos seguros de que en esta ocasión estamos ante una comedia que, por fin, logra que nos divirtamos (cosa de la que no parecen conscientes muchos de los cineastas que prueban suerte en el género). Además, tenemos también ciertas reflexiones –no siempre demasiado sutiles– sobre cómo el paso por Comillas ha calado en cada uno de los primos, encontrándonoslos cambiados al finalizar su breve recorrido por la población, algo muy del gusto del director.
Por otro lado, y a pesar de todo, cabe hablar de los defectos de Primos: la vocalización apresurada de algunos actores se pasea por el límite de lo inteligible, el humor grueso y gamberro puede saturar en ciertos tramos –sin llegar a los extremos de la factoría Apatow y similares, eso sí–, se echa en falta una mayor coherencia global en el argumento, y acaba notándose cierta ausencia de mayores pretensiones por parte de Sánchez Arévalo en esta ocasión en concreto, que lleva a que no podamos hablar de un producto enteramente redondo, aunque desde luego cumple sobradamente con la labor de entretener, divertir y regalarnos un puñado de momentos y frases memorables –el desparpajo de Raúl Arévalo en la actuación de los Back Street Primos, repetido al final de los títulos de crédito finales, por ejemplo– que deberían servir para atraer al público a las salas de exhibición.