Dante Lam (Fire of Conscience) firma un frenético thriller que viene a ratificar lo portentoso que resultan sus producciones cuando se adentran en la jungla urbana de la ex-colonia británica; un filme moderadamente intrigante que dinamiza el género más allá de todos esos tópicos que pueden encadenarse en este tipo de producciones.
En una peligrosa misión, un agente de la ley (Nicholas Tse) asesina por error a la hija de una abogada de renombre; a consecuencia del accidente decide proteger a su hermana melliza, pero la cosa se complica cuando es secuestrada por un anónimo al que han encomendado chantajear a la madre, ya que ésta última se encuentra al frente de un proceso judicial que implica a un mafioso como homicida principal en un importante hurto.
El torturado policía removerá todo Hong Kong para dar con el paradero de la pequeña, descubriendo que está en manos de un ex-boxeador (Nick Cheung) que hace de celador para poder pagar los costosos medicamentos de su mujer enferma, aquejada de un accidente que sufrió mientras iba de camino al hospital para dar a luz; un accidente de tráfico perpetrado casualmente por… ¡un policía en acto de servicio!
A simple vista, viendo el entramado que construye su realizador alrededor de estos tres personajes, daríamos por hecho que nos encontramos ante un filme artificioso pero al mismo tiempo complejo. Realmente es así, pese a que desde el punto de vista argumental no aporta demasiadas novedades. Lo interesante pues es el proceso de ensamblaje, la manera en como Lam afronta un largometraje evasivo que no es un dechado de originalidad, pero que a consecuencia de los recursos narrativos y estilísticos que emplea para solucionar la compleja situación en la que se encuentran atrapados parte de sus protagonistas, termina por sorprender al más despistado con una puesta en escena de puro infarto. Y es que a pesar de tomarse su tiempo para desarrollar la trama, coloca estratégicamente picos de tensión, así como de acción gratuita (por ejemplo la escena en el restaurante en el que el secuestrador es descubierto y machete en mano se atrinchera en la cocina) para que permanezcamos sentados en nuestras butacas hasta el final.
Tal vez el único reproche que le podamos hacer es que por momentos parece que haya querido alargar el tramo final, por bien que éste resulta determinante para encajar todas las piezas del puzzle (el prolongado clímax en el alcantarillado y el posterior flashback explicativo de la decadente vida del boxeador cierran el filme de forma circular).
Si bien Lam ha tenido una trayectoria irregular, The Beast Stalker (2008) lo consagró dentro del panorama hongkonés como uno de los cineastas más interesantes de la última década. Lástima que en ese mismo año se presentará otro filme de secuestros: Connected, remake de la producción norteamericana Cellular (2004, David R. Ellis) firmada por el especialista en blockbusters de acción Benny Chan (para que se hagan una idea, y salvando ciertas distancias, el Michael Bay de HK). Curiosamente primero se estrenó el largometraje de Chan (concretamente el 25 de Septiembre), y no fue hasta Noviembre que vio luz la producción de Lam: un par de meses de por medio que no condicionaron la opinión de los críticos, y más viendo los resultados de recaudación de sendos filmes. En realidad demasiado, más allá de introducir el tema del secuestro como moneda de cambio para potenciar la intriga a lo largo de sus dilatados metrajes. Puede que Lam utilice menos pirotecnia para envolver al producto final, aunque en su contra pierde de vista el tempo, lo que provoca algunos desbarajustes entre las idas y venidas del secuestrador y los intentos para atraparle por parte del policía (respaldado en todo momento por un camarada minusválido, a consecuencia de la desastrosa misión en la que participaron, y en la que murió por error la hermana de la niña secuestrada).
Sí pretendéis entreteneros con una tetralogía criminal más que decente, probad con la que inconcientemente concibió Lam mediante esta intrigante The Beast Stalker, la ligera Godly Gunslingers (2009) la brillante Fire of Conscience (2010) y la decisiva The Stool Pigeon (2010). No por casualidad en esta última vuelven a cruzarse las miradas de Nicholas Tse y Nick Cheung, un dueto que viene a confirmar la química que existe entre ambos actores cuando se ponen al frente de una producción de este cineasta que explora los nuevos horizontes del polar hongkonés en pleno siglo XXI de forma coherente, y cuyo reto principal es el de ofrecer un montaje innovador, conformando así un estilo propio que lo define como realizador.