No se puede negar que la filmografía del sueco Lasse Hallström tiene bastante de variedad, ni que en su gran repertorio hay mucho de calidad y personalidad sin que esto último sea obstáculo para que lleve años gozando a lo grande de los favores del público.
Desde que consiguiera llegar a audiencias mundiales gracias a "Mi vida como un perro" (1985), son varias las archiconocidas películas en que ha dirigido a estrellas de renombre en claro síntoma de su plena inserción en la meca del cine. Entre las destacadas ¿A quien ama Gilbert Grape? (94) con Johnny Depp y el entonces nominado Di Caprio; Algo de que hablar (1995) con Julia Roberts y Dennis Quaid; la posiblemente sobrevalorada Las normas de la casa de la Sidra (1999) que contaba con el ilustre Michael Caine; y más recientemente, la dulce y deliciosa Chocolat, en que comparten protagonismo Juliette Binoche y, de nuevo Johnny Depp.
Con todo este catálogo es bastante evidente que de experiencia y recursos debe ir bien servido, que como buen europeo que entra en Hollywood a golpe de ingenio y dedicación, su sello propio tiene la suficiente entidad para seguir adelante en todas sus películas.
Personalidad, misterio y Terranova
Otro implicado de gran relevancia es Kevin Spacey, quién aún cuando tiene poco tiempo para preparar los papeles es una garantía. Su papel como núcleo de este entramado de historias basadas en el libro de Annie Proulx (ganadora de un Pullitzer) es tan gratificante que hace mucho por la película ya desde antes de que se vislumbre historia alguna. Interpretando a un incomprendido permanentemente vapuleado, a un hombre alfombrilla que tras tocar fondo en un rocambolesco giro trágico cambia de vida, es capaz de ofrecer tan pronto una apariencia de derrotismo asumido, como de persona sensible dispuesta a abrirse al mundo que nunca lo ha entendido. Hace tan bien de torpe negado como de listo despistado, y los cambios son tan naturales que quienes le admiran sólo pueden seguir haciendo una cosa: admirarle (y eso que él mismo lamentaba haber tenido sólo unos días para prepararse por estar metido en otros proyectos).
Pero si las humillaciones de una infancia recreadas en un esperpéntico matrimonio se cortan de cuajo, este marco da entrada a una lucha entre pasado y futuro ubicada en el incomparable marco de Terranova. Allí la mezcla de turbios líos ancestrales y la idiosincrasia de sus conciudadanos, más de una vez nos hacen dudar si la trama existe, y si nos lleva a algún lado. Aún así la espera no se hace larga, hay demasiada riqueza en cada plano como para tener la sensación de estar perdiendo el tiempo.
Podemos concluir con que la anterior pregunta sobre la existencia de un claro argumento tiene respuesta positiva: los hilos se van uniendo, el desenlace da una forma bien armada, y con sobrada satisfacción el reto se cumple al quedar los cabos atados.
Probablemente no se habrán tocado todos los ricos extremos de la novela, pero puestos a hacer una selección, el resultado es lo suficientemente bueno como para obviar las carencias.