Filme de culto de los años 80, este thriller descafeinado con “psycho killer” incluido, promete más de lo que realmente ofrece, decantándose siempre por la intriga que no por el gore gratuito. Dick Maas, su realizador, supo vender un producto de estilada serie B en todos los mercados cinematográficos mundiales. Ahora que el “slasher” parece estar de capa a caída es momento de reivindicarla.

Los canales de Ámsterdam se han convertido en el referente icónico turístico de los Países Bajos. Esa especie de idilio romántico que mantenían con la ciudad se fue al traste cuando un (ficticio) asesino en serie le dio por instalarse en ellos para sembrar el terror en sus inmediaciones próximas, atacando a pequeñas embarcaciones y acechando a inocentes ciudadanos que paseaban cerca de los márgenes que separan las profundas y lúgubres aguas oscuras. Los crímenes atroces no cesaban: un inspector de la policía, junto con la ayuda de una aficionada buceadora (Monique van de Ven), un antiguo camarada submarinista y un estrambótico psiquiatra, se sumergieron en el laberíntico entramado acuático que barre de punta a punta la capital holandesa.

Esta sencilla trama sorprendió a todos los distribuidores internacionales, pues de todos los títulos presentados en el American Film Market del año 88, éste fue uno de los tres largometrajes más solicitados en cuanto a derechos de exhibición. Un éxito que la obligó a remasterizarse idiomáticamente, ya que había estado rodada principalmente en neerlandés, siendo necesaria adaptarla parcialmente en inglés para estrenarla comercialmente en Estados Unidos (adaptación efectuada por los mismos actores), y que Dick Maas (famoso por haber presentado unos años antes la sobrevalorada El Ascensor y ahora renacido con su polémica visión de San Nicolás en Saint) acató a cambio de ver como su pequeño “sleeper” invadía todas las salas del planeta. Lo cierto es que fue muy publicitada y durante un breve período era reprogramada una y otra vez en canales de televisión dadas sus buenas cifras de audiencia. Además permitió que Monique van de Ven, musa de Paul Verhoeven en su etapa holandesa, recuperara temporalmente su estatus de “femme fatale” europea, aunque tal vez ésta fuera su última gran aparición delante las cámaras.

Lo cierto es que Amsterdamned (1988) ofrece momentos delirantes, y que ya forman parte de la memoria colectiva de esos aficionados al cine fantástico: el más aplaudido ocurre en la introducción del primer cadáver en escena, suspendido boca a bajo en un puente mientras impacta contra un barco turístico; el pánico amenaza el turismo fluvial. Otro descarnado momento muy recordado es cuando el asesino observa a una de las víctimas mientras ésta reposa en un colchón hinchable transparente, y cuando la tiene en el punto de mira, lo perfora; el cuchillo resigue todo el contorno en forma de aleta de tiburón, hasta cebarse con la pobre muchacha indefensa. Otra escena un poco más sangrienta es la que protagonizan dos técnicos que se dedican a medir la salubridad del agua de las afueras en plena noche, y que termina por la pérdida de cabeza de uno de ellos (pescada por el otro compañero) y la falsa esperanza de salvación del otro al conseguir nadar hasta la orilla más cercana, ya que en última instancia es interceptado por el despiadado carnicero, arrastrándolo desde sus piernas hacía las profundidades nocturnas de la bahía. Pero sin duda alguna la mejor secuencia filmada en su conjunto es la que abre el filme: en un extenso plano-secuencia subjetivo nocturno y en contrapicado, el ojo del verdugo va explorando la infinita red de canales mientras busca a su primera presa.

Escenas todas ellas que pueden recordar al planteamiento narrativo del “giallo” italiano, género muy querido por el fandom europeo (y que casualmente en esa década se encontraba en plena decadencia creativa y comercial), y que se refuerza con la presencia monstruosa del Ted Bundy de turno una vez hemos descubierto su rostro, escondido durante casi todo el metraje bajo la típica máscara de submarinista.

Pero Maas quiso darle un poco de acción al producto, optando por introducir dos prolongadas persecuciones: la primera en las estrechas calles del centro histórico de Ámsterdam, intentando dar con un falso culpable; y la segunda es la que enfrenta directamente al inspector de policía ligón con el asesino en serie por la enmarañada red de canales, persecución efectuada por dos lanchas motoras que arrasan con todo aquello que encuentran en su camino (incluso una pobre banda musical, convirtiéndose en el momento más hilarante del metraje). El clímax final tampoco es harina de otro costal, y a pesar de la intriga a la que nos somete al jugar con dos posibles asesinos en la mansión del psiquiatra, finalmente opta por una resolución un tanto psicológica, en tanto que el torturado verdugo acepta sus crímenes y sabe que no tiene escapatoria, y en un acto impulsivo decide quitarse la vida (no diremos qué método utiliza ni como lo hace) para no ser llevado ante los tribunales.

Un largometraje curioso pues que invita a refrescar nuestra memoria cinematográfica de los años 80, y que ahora solamente puede ser contemplada como un entretenimiento decente que provoca la sonrisa en más de una ocasión. Reivindicable muy a su pesar, pues aunque su diseño artístico no haya envejecido nada mal, sus planteamientos formales sí que han quedado algo desfasados. Eso si, sí visitáis Ámsterdam alerta con sus putrefactos canales porque nunca se sabe lo que pueden esconder.