Hay historias cinematográficas que nos despiertan cierta emoción aún sabiendo que la posibilidad de que esas ficciones se trasladen a nuestra realidad cotidiana es del todo improbable. Esto es lo que sucede en El Punto Rojo (2008), una coproducción entre Alemania y Japón, narrada con una refinada exquisitez visual y que a más de uno le hará saltar la lágrima.

Aki Onodera (Yuki Inomata) es una universitaria tokiota que estudia alemán y busca trabajo junto con su novio. Un día, mientras visita a su tía, descubre un olvidado baúl cuyo interior contiene un plano alemán con un extraño punto rojo marcado, y que parece relacionarse con la muerte de sus padres, fallecidos cuando ella era pequeña. Armada únicamente con una gran mochilla, y abandonando a su pareja, emprende un largo viaje hacía Alemania para satisfacer su curiosidad. Siguiendo la ruta del mapa, da con una zona rural, y por azares del destino, topa con una familia cuyo padre la acoge como si fuera su propia hija. Pronto empieza a establecer una relación con el hijo rebelde, al mismo tiempo que descubre lo que sucedió dieciocho años antes en la carretera que lleva del pueblo a la granja de su nuevo hogar temporal.

Esta opera prima de Marie Miyayama, cineasta nipona afincada desde hace tiempo en la república germánica (país con un alto índice de inmigrantes nipones, todo hay que decirlo), refleja de forma delicada como el paso del tiempo es simplemente una fina línea ascendente que separa el pasado del presente, pero que en el fondo no sirve como catalizador emocional ante esos viejos recuerdos amargos, que permanecen ocultos en nuestra memoria, reapareciendo con determinación en el peor de los momentos venideros. Esto es lo que le sucede al padre de familia (interpretado por el actor televisivo Hanz Kremer), cuyos remordimientos acumulados a lo largo de todos estos años, le provoca un sentimiento contradictorio cuando se da cuenta que esa enigmática joven japonesa de apariencia frágil es la niña que sobrevivió al accidente nocturno que él provocó cuando iba de camino al hospital para ver nacer a Elias, su hijo varón. Este reencuentro casual, dieciocho años más tarde de aquellos fatídicos acontecimientos, destaparan los sentimientos de culpa, pero también cierta redención emocional una vez se sepa la verdad, que servirá para cerrar viejas heridas, al mismo tiempo que unirá a la familia Weber para siempre.

El Punto Rojo es un largometraje sencillo, pudiendo considerarse como cine de autor europeo con sabor oriental, pero que evita esas sofisticaciones esnobs tan propias del ego caucásico, apartadas de la humildad del pueblo japonés. Así, en parte se podría comparar con Cerezos en Flor (Doris Dörrie, 2008), otra cinta alemana que desemboca también en un viaje iniciatico a consecuencia de una perdida familiar, pero que tenia otras pretensiones artísticas más ambiciosas. A diferencia también de ésta, el viaje es efectuado a la inversa: la protagonista no se acuerda de la época en que vivió en suelo germano, pero a pesar de ello sigue su cometido de aprender el idioma hasta que consigue viajar a Alemania. No será hasta que descubra la triste realidad que podrá entender su época de niñez, condicionada por sus tíos y la acomodada vida que ha llevado hasta entonces. En cierto modo este largo periplo en tierras europeas le servirá para iniciar una nueva etapa (recordemos que deja su novio a Japón sin darle demasiadas explicaciones), un proceso de maduración personal que, sin ella pretenderlo, servirá para que otro personaje (el hijo pequeño de los Weber) salga de su insubordinación familiar provocada por la falta de tacto de su padre y por la difícil etapa que supone abandonar la adolescencia.

Esta muestra de cómo afrontar un guión sin demasiadas pretensiones, que despierta emociones contenidas en el espectador, tuvo su recompensa al pasearse por distintos festivales internacionales secundarios, pero haciendo mella allí dónde se proyectaba. Al final la copa se quedó en casa, y el filme ganó el premio especial que el Hof Internacional Film Festival otorga precisamente para promocionar el cine alemán (olvidándose que el primer tercio de la historia sucede en las inmediaciones del área metropolitana de Tokyo). Galardones gratuitos aparte, lo cierto es que esta primera experiencia de Miyayama detrás de las cámaras le ha salido redonda, y es que a pesar de la poca profundidad de los personajes trazados y una banda sonora que no destaca precisamente por su armoniosa originalidad, la cinta pasa volando por nuestras retinas, y allí dónde ha tenido un poco de trascendencia, las críticas le han sido favorables. Faltará ver que camino tomará la realizadora a partir de ahora, pues aún no se ha decidido a encarar ningún proyecto nuevo. Esperemos que cuando vuelva a coger la cámara sea para deleitarnos con otra gran historia dramática como la que se explica en El Punto Rojo, producción que merece ser visionada una sola vez para que no caiga en la presumible invisibilidad que ostentan este tipo de películas con aire independiente.