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Pretty Woman: Sociología y misoginia

Un artículo de Víctima 2046 || 02 / 6 / 2011
pretty woman

Se emite por decimoquinta vez Pretty Woman en TV, y los medios se sorprenden por el asombroso share de una película intemporal para la audiencia. Se preguntan los sesudos analistas que brotan como setas (en estos tiempos en que los ‘críticos’ extienden sus garras a la TV) por el leitmotiv de tanta fidelidad, reaccionan lanzando sus propias teorías y por encima de sus especulaciones servidor acaba pensando que solo estamos ante otro de esos casos en que las cosas simplemente funcionaron: ante un mismo impulso de hacer una película, más o menos honesto, la cosa a veces funciona, a veces no. Y a veces lo hace de maravilla.

Esa visión le quita romanticismo en cuanto al lado vocacional de hacer cine, pero también racionalidad para los que buscan matematizar la función escrutando una fórmula que explique los gustos de la platea. Pero a la hora de la verdad las razones son tan variadas, responden a la acumulación de tantos factores, que es como preguntarse por los secretos de una buena paella y, dando con la receta mágica, fascinarse cuando el resultado varía tanto en distintas sesiones culinarias.

Sí: Richard Gere y Julia Roberts tuvieron química. La historia de la Cenicienta metida a meretriz, la variante de ‘el principe azul se va de putas’ no fue problema hace dos décadas para que con la larga lista de cintas dedicadas al género la cosa fuese sobre ruedas. Había otros detalles, claro: las sesiones de compras de lujo escandaloso, fantasía de aquel entonces parcialmente realizada -pagando un precio- en la época de furor crediticio posterior; la forma en que la vulgar mujer surgida de una esquina revelaba su naturaleza encantadora y humana, muy alejada por tanto del recalcitrante hermetismo ‘posh’ al que estaba acostumbrado el personaje de Gere; la emotiva tensión pre-desenlace que iluminaba al tipo con traje (otra vez Gere, le vimos haciendo lo mismo en Oficial y Caballero disipando las dudas femeninas sobre el mero uso-desahogo) acudiendo al rescate... Pero en esencia, de eso van todas las variantes de La Cenicienta, son rasgos de un señuelo para que algunas crean en la sala de cine (hoy día pantalla plana de proporciones mayores que el minipiso súperhipotecado) que todavía es posible.

pretty woman



Si Pretty Woman se hubiera filmado a día de hoy, uno lo entendería incluso más, motivo al mismo tiempo para reafirmar su vigencia: entre chonis que se derriten por un quinto alerón del tipo hipertrofiado que aspira a parecerse a Cristiano Ronaldo, es fácil deducir que existe la secreta esperanza de encontrar a otro príncipe azul que les eleve en estatus social. La silicona y demás recauchutamientos plásticos funcionan, y en realidad el novio con el bólido de luces de neón tiene su momento, pero al final éste no sirve con sus complementos tunning para huir del barrio en que han de quedarse a ver su futuro descorazonador de batas cubriendo carnes flácidas, representado en las figuras de sus madres, lo cual lógicamente deprime. Mejor soñar con el vuelo a la jetset y el botox renovable cada seis meses cuando llegue el momento, aunque para ello haya que convertir lo de la entrepierna en una caja registradora: y en el cine todo es posible (en la realidad, saciado el instinto cada uno a su casa).

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Es momento de planteárselo ¿también hay hombres viendo Pretty Woman cuando se emite? ¿sueñan los que lo hacen con encontrar el amor en una esquina a tarifa reducida -y aún así, comportarse como pringaos y ofrecer varias veces su precio, porque nada como pavonearse con un repertorio de billetes- y rescatar a una mujer de moral distraída y convertirla en madre de sus hijos?. Mejor no saberlo.

Con semejante enfoque, al lector le resultara fácil entender la antipatía que uno puede llegar a sentir por Pretty Woman, una película con un cierto encanto hipócrita (servidor siempre lamenta el impostado final, imaginando cuántas veces en cuantas discusiones post-The End el caballero llamará a la susodicha por su exprofesión) en que el amor que surge del sexo de pago y las simplificaciones clasistas terminan por ser bochornosas. Y que la audiencia se mantenga fiel a sus deposiciones y no suceda lo mismo con, por ejemplo, Casablanca, es para inmolar el televisor y nunca más pretender saber nada más del oscuro exterior que refleja su programación abyecta. Pero es la vida, y es bueno saber siquiera de refilón por qué reglas se mueven las cosas.



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El rincón en que el crítico torturado explica por qué el cine puede ser algo muy grande unas pocas veces, y algo muy, muy miserable muchas otras.

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