Aboga por una concepción del mundo donde cada ser humano sea aceptado en su imperfección y admirado por la cualidad de la que está dotado, por extraña que esta sea.
Cualquier amante del cine ha de sentirse feliz ante una nueva película de Jean-Pierre Jeunet. Aunque el realizador francés está dilatando mucho el tiempo entre sus producciones, su particular imaginería visual y ser autor de una de las últimas obras maestras del cine, Amélie (2001), hace que sus creaciones se esperen con ilusión.
Micmacs recupera el aire de las primeras obras de Jeunet. Muy ligada visualmente a Delicatessen (1991), la deslumbrante cinta que le dió a conocer en todo el mundo junto a su entonces compañero el dibujante Marc Caro, narra la historia de Bazil, un desposeído que se une a una peculiar tropa de marginados para destruir dos poderosas empresas fabricantes de armas.
El empeño de Bazil en esta conjura no es fortuito. De niño encontró el logotipo de una de ellas en los restos de la mina anti-persona que acabó con la vida de su padre. De mayor, descubre que la otra empresa es la que fabricó la bala que lleva en su cabeza y que le hace vivir en un hilo entre la vida y la muerte.
En esta ocasión, Jeunet ha contado como protagonista con el cómico Dany Boon, uno de los actores más de moda en Francia debido al éxito de sus dos últimas películas, Bienvenidos al Sur (2010) y Nada que Declarar (2010), aunque ambas fueran rodadas justo después de Micmacs. Boon se transforma sin problemas en el típico héroe de Jeunet: desarraigado, inteligente y profundamente sentimental, variaciones actualizadas del vagabundo que el genial Charles Chaplin creó hace décadas y que Jeunet ha reencarnado con anterioridad en los actores Dominique Pignon y Audrey Tatou.
Aunque la peripecia que el guión desarrolla para la peculiar venganza de Bazil y sus amigos termina resultando fatigosa, el verdadero mérito de Micmacs está en la puesta en escena y en la profusa integración de los elementos de atrezzo y decoración en el desarrollo de la trama. Con muchas referencias recogidas de la saga Toy Story de Pixar, compañía de cuya obra Jeunet se confiesa admirador, Micmacs aboga por una concepción del mundo donde cada ser humano sea aceptado en su imperfección y admirado por la cualidad de la que está dotado, por extraña que esta sea. Así, cada ciudad o cada grupo de amigos como los de Bazil no es otra cosa que un cuarto de juguetes rotos que conviven en armonía.
Es una pena que Jeunet no haya optado por mantener el tono y criterio de realización de los primeros minutos de Micmacs durante el resto de la película: un tono cortante, estilizado, de rigurosos y descriptivos movimientos de cámara y plagados de elipsis y silencios que convierten al espectador en autor activo de la narración. La exigencia es alta para el público y Jeunet y sus productores terminan cediendo a cierta sensiblería, maniqueismo y sentimentalismo fácil que convierten a Micmacs en una película del montón, eso sí, fácilmente vendible.