Cuando uno se para a escrutar el casting que ha logrado reunir Monte Carlo, no queda ninguna duda de que es una película planificada milimétricamente para un público (pre-)adolescente que está creciendo con las series de moda y con una larga retahíla de cuentos modernos que incluyen la alta costura, las ciudades cosmopolitas y los parajes incomparables con los que poder soñar al ritmo de las canciones que copan las listas de éxitos.
Tenemos a Selena Gomez como gran protagonista en un doble papel. Quizás en España no goce de la consideración que tiene en los Estados Unidos por varias razones: es la pareja (o ya no, apuntan algunos medios) del asexuado Justin Bieber, es cantante y actriz y una de las estrellas de la factoría Disney. También tenemos a Leighton Meester y Katie Cassidy, dos de las malas malísimas de otro fenómeno social en formato seriado: Gossip girl. Para rematar la jugada, el chico mono de turno es Cory Monteith, el Finn de Glee, otra serie estrella de la programación yanqui.
Una joven, su hermanastra y una amiga de esta última deciden viajar a París como celebración de la ansiada graduación y como culminación de sus sueños de visitar la capital francesa. Una de ellas (Gomez, quién si no) es confundida por una británica heredera que es objeto de deseo de los tabloides sensacionalistas. El embrollo se remata cuando las tres jóvenes se ven envueltas en un mundo que nunca ha estado a su alcance y viajan hasta Monte Carlo a pasar los últimos días de sus vacaciones.
Basada en fórmulas sobradamente manidas, la cinta es un compendio de escenarios, rostros divinos e idilios imposibles, que aprovecha el carisma de sus féminas protagonistas para proponer un simpático compuesto de acción, comedia, romance y aventura cuya métrica logra no decaer en ningún momento. Otra cosa muy diferente es el interés que puedan despertar tres muchachas en la Costa Azul transmutadas en mentirosas compulsivas dentro de un revoltijo de situaciones a todas luces inverosímiles.
Pero para eso existe el cine adulto y el cine teen. Monte Carlo no es sino un caro juguete consciente de para quien ha sido elaborado sin avergonzarse de ello. Perfectamente tuneada para su público objetivo, es un ejercicio de entretenimiento supraliviano y con más de un momento insulso que cuenta, como buena peli de jovencitas en edad de crecer, con un par de lecciones morales de aquellas que te reconcilian con el mundo. Mientras, el desarrollo de caracteres o la profundidad de sus situaciones es lo de menos. Suerte que el buen trabajo de su atractivo reparto y la diversión que supone regresar a los años inocentes hacen perdonables muchas de sus secuencias.