El estreno de la nueva película de Almodóvar ha provocado un fenómeno que hacía tiempo que no se vivía: que el visionado y la opinión sobre una película sea el tema preferente en tertulias, comidas y charlas de café durante unas semanas.

Todos queremos saber qué opinan los demás de La piel que habito y también queremos dar nuestra opinión sobre ella. La película se ha convertido en un fenómeno social que por momentos nos ha abstraído de la epilepsia del fútbol. Se ha convertido en una de esas obras que actúan como un espejo al situarlas frente a un compañero de conversación: su opinión sobre ella es realmente un retrato socio-político de la persona que lo está emitiendo.

De este modo, tras el visionado o no de la cinta (en España, sorprendentemente, sigue siendo válido opinar de algo sin conocerlo) podemos encontrar a quienes defienden su naturaleza y la de toda la obra de su autor como si se tratase de un bastión que mantener intacto ante las acometidas del enemigo. Se trata inevitablemente de los púgiles de calzón rojo, gente afín a la izquierda española, o la socialdemocracia, o el progresismo o progresía, no sé, elegir el término que os guste.

En la esquina contraria, con calzón azul, y donde suele haber un mayor número de gente que no la ha visto pero opina, están quienes la queman y condenan como la última muestra de cine vergonzante, mal hecho, aburrido y sobrevalorado, de un autor al que además no se le perdonan los deslices cometidos más allá de su oficio de cineasta. Se trata del público afín a la derecha española, neoliberales, conservadores, neocons o como os guste llamarles.

En el centro del ring, más racionales, menos viscerales, hay dos grupos: los que valoran por encima de todo la valentía del autor para meterse en nuevos terrenos, para experimentar, juguetear con el surrealismo, la fantasía sci-fi y explorar otros territorios... y los que precisamente no le perdonan esa mala digestión de géneros y referencias a un autor que ha alcanzado fama mundial gracias a poner en imágenes un universo propio limitado pero con una voz de largo alcance, comprensible más allá de los localismos.

Nuestro compañero Diego Salgado ha explicado convenientemente en su crítica qué es La piel que habito y qué significa en la carrera de Almodóvar. Desde este rincón del sufrimiento del cine sólo nos queda señalar su valor extracinematográfico.

Hay películas redentoras, hay cine catárquico; otras exasperantes, otras adelantadas a su tiempo. La piel que habito es una película espejo, o mejor, termómetro. Ha sacado a relucir, una vez más, nuestro temperamento mercurial ajeno a los matices, la buena educación, la voz baja y las sutilezas. Ha reflejado como ninguna otra película en los últimos años el momento de tensión que vive la sociedad española, ése por el que cualquiera de nosotros sería capaz de sacarle al otro la piel... a tiras.