Entendiendo que el cine de Apocalipsis siempre ha estado más o menos presente, la oleada reciente ha cruzado todas las barreras como fiel reflejo de la situación real que los espectadores están viviendo en el día a día, acosados por hipotecas, un futuro laboral cada vez más oscuro, cuando no amenazas ecologistas o advertencias epidémicas. Con semejante guión en los noticiarios, no es de extrañar que cuando los creativos se plantan a bosquejar su próximo trabajo, todo lo que vean en su imaginario sean ciudades arrasadas, caos y luchas desesperadas por la supervivencia. Todo alegría.
Ciertamente, más que ante un cine de soluciones estamos ante uno de exaltación del pesimismo, por más que en sus desenlaces ocasionalmente puedan permitir un margen a la recuperación, después del guillotinazo supremo. El panorama por tanto no resulta muy alentador, y es ante todo la rentabilidad en taquilla la que impone esa pervivencia de la oscuridad de sus relatos.
Con Soderbergh, no obstante, era evidente que no iba a reproducirse la metodología habitual a la hora de enfocar al gran final. Ni rebelión de máquinas, ni destrucción marciana, ni horda de zombies al abordaje. Y aunque respecto a estos últimos podrían hacerse las habituales comparaciones respecto a lo que la turba acaba siendo, algo que se refleja en varios tramos del tono casi documental que él propone, lo serio de su planteamiento es lo que debería resultar más atemorizador, su mirada fría y alejada de ficciones chirriantes, que apelando al espectador más cerebral, también deja necesariamente fuera de juego al visceral.
Si Contagio no contara con un reparto integrado por figuras de la talla de Matt Damon, Gwyneth Palthrow, Jude Law o Kate Winslet entre otras, difícilmente su reclamo la haría merecedora de grandes audiencias. Con su planteamiento, el pulso se mantiene por los pelos para todos aquellos que esperan que en algún rincón surja un muerto viviente, que haya un giro de guión o una revelación que a alguno le corte el aliento acabadas las palomitas. Nada más lejos de lo pretendido.
Los personajes que recrean componen un conjunto cuyo calado es el justo para moverse entre la verosimilitud de sus historias, y la fragilidad de unas vidas que pronto nos acostumbraremos a ver caer. No habrá una búsqueda descarada de la emoción, un solo piano, violín o canto compungido que pretenda ilustrarnos en qué duro y desolador es el momento que vive cada uno de esos personajes. Su corrección prácticamente da con un muestrario en que cada espectador podrá preguntarse después que había detrás de esos personajes que se movían entre la desesperación de los fotogramas, los elementos para deducir el dolor y la pérdida están presentes, pero la caída apocalíptica aparenta ningunearlos en una crónica rigurosa en que Soderbergh no se posiciona descaradamente, si bien deja intuir todos los rasgos humanos previsibles. Destaca apenas a algún personaje de forma crítica, como es el caso del blogger listillo cargado de autoridad moral interpretado por Jude Law, que en su pose digna y de ideología de copia y pega sencillamente aspira a venderse por otra vía. También en la caída del papel de la prensa, las descripciones de los tópicos conspiranoicos y la depravación de algunos supervivientes, cabe intuir algo de mensaje, tan sutil como elegante.
Cabe deducir, por tanto, que una apuesta tan seria difícilmente logrará contentar a las grandes audiencias. Aunque siempre les quedará otra más gore a la vuelta de la esquina.