La isla

Sitiados en un futurista entorno subterráneo donde guarecerse de la contaminación presente en la superficie, la única esperanza de los supervivientes en ese complejo es ser agraciados con un enigmático sorteo que les conduzca a una isla paradisíaca. Entre tanto, su extraña vida se reduce a cuidados extremos, deporte, alimentación sana, labores preasignadas, y la monotonía del día a día. Aunque entre esos comportamientos asumidos, Lincoln Eco Seis (Ewan McGregor) empieza a hacerse preguntas demasiado obvias como para que nadie las haya formulado antes. Su mundo esconde algo, sus reiteradas pesadillas podrían estar anunciándole un cambio.

A pesar de que profundizar algo más en el argumento de La Isla, y entrar con más comodidad a abordar su trama desvelando el siguiente peldaño no supondría robarle demasiado al espectador, no revelaremos desde aquí un ápice de aquello que esconde. Puesto que se ha dispuesto como un enigma parte de su encanto –formulado espléndidamente en su trailer, de lo mejor de la cinta– no se tratará el núcleo del relato que ni es excesivamente revolucionario, ni sorprende en su entrada en escena. Es más, cualquier mente mínimamente ágil irá presumiéndolo con antelación a los pasos que marca la proyección, y poca tensión encontrará a la hora de descubrir en qué consiste el argumento maquinado por Caspian Tredwell-Owen.

Puede no obstante que ello se deba más al equipo encargado de darle cuerpo, entre el cual se encuentran Alex Kurtman y Roberto Orci “ayudando” en el texto como coguionistas. De redactores de series como Xena y Hércules, han pasado a embarcarse en proyectos como este para luego encargarse de La Leyenda del Zorro, la tercera parte de Misión Imposible, o la que les ocupa actualmente, Transformers. Por no hablar del realizador Michael Bay, debutante en Bad Boys, que siguió con La Roca, Armageddon y Pearl Harbor: como en tantas otras ocasiones, la trayectoria de sus responsables sirve para explicar el producto. En el caso concreto de Bay, nuevamente da rienda suelta a su mentalidad de videoclip y a su incontinencia ampulosa e irrefrenable metraje. Probablemente si no tuviera tanta afición a revolcarse en el nudo y desenlace una y otra vez para superar las dos horas –la introducción dura apenas un suspiro–, habría sido feliz dedicando su vida a poner imágenes en TV a las baladas del año.

Entrando con sus aciertos, y gracias a la colaboración del responsable de fotografía Mauro Fiore (quien ya exhibió sus formas en Training Day de Antoine Fuqua) la imagen es lo más característico y logrado de esta cinta, evocando como en otros rasgos a la de Spielberg Minority Report. Sin embargo Michael Bay no es Spielberg, y por más que éste último le eligió personalmente para hacerse cargo de esta producción, las similitudes son lejanas y en todas sale perdiendo claramente. Si la fotografía es su mayor semejanza aquí, a pesar de los cambios adaptados a escena, los juegos de contraste y las atmosféricas paletas de colores no cobra igual protagonismo ni se queda igual de grabada en la retina.

En el apartado del visionado del futuro, no hay ni por asomo algo de la coherencia que tenía la historia protagonizada por Tom Cruise. Sus ‘items’ o aparatos futuristas ni tienen su ‘carisma’, ni saben esconder esa escandalosa forma de publicidad encubierta (¿encubierta?) que se acerca por momentos a Cellular, el caso más extremo de película-anuncio al que siguen otras como Italian Job o Yo Robot. Eso sí, tiene el mérito de que han sabido dar cabida a muchas más marcas y nos encontramos entre otros el logotipo de la división de consolas de Microsoft, el sistema de mensajería instantánea de la propia marca, el terminal móvil de la compañía que patrocinaba precisamente a la citada Cellular y otros tantos productos que no es necesario recordar.

En cuanto a los personajes, víctimas de un guión que se pasea por la superficie del tema planteado solucionando la molestia de los diálogos a base de thriller de explosiones y pirotecnia desmedida, tienen el mismo desarrollo y complicidad con el espectador en el primero y en el último minuto de su gesta. Ewan McGregor está en estado de sospecha habilidoso de forma invariable, Scarlett Johansson hace suficiente con alumbrar la pantalla con la sensualidad de su rostro, por lo que no esconde una cierta pereza ahorrando en complicaciones.

Con momentos de guión para no plantearse, especialmente en los giros o explicaciones, se hunde la posibilidad de reflexiones que se hacen en todo buen producto de ciencia ficción. Aquí todo lo más se limitan por su simplicidad a conclusiones manidas y un tanto burdas, de forma que hay que quedarse sólo a atender de forma paciente a un nuevo espectáculo de persecuciones del que es fácil sentirse agotado y que tiene a muchos un tanto hastiados.
Aunque también es cierto que otro sector del público obtendrá su dosis regular de testosterona plástica que inyectarse en vena para que durante un rato prolongado descanse el cerebro. En ese estado además se evitan las odiosas comparaciones.


-MG