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Beatles: Disco Blanco

Un artículo de Manu Martinez || 08 / 1 / 2004

No me parece descabellado decir que los Beatles son a la música popular lo que Mozart fue a la música clásica. En efecto, tanto el austriaco como los ingleses consiguieron que hubiese un antes y un después de sus respectivas obras y que, con toda probabilidad, sus nombres sean los más recordados, en un futuro, dentro del gran listado de músicos de todos los tiempos.

Supongo que habrá quien no considere a este disco el mejor de su obra. Pero para gustos se hicieron los colores, como dice la voz popular. Y yo, yo me quedo 
con el blanco.

El destacar este disco sobre otros es, claro, una opción totalmente personal. Al hacerlo, dejo de lado el St. Peppers, el Abbey Road o el Revolver. Todos ellos monumentales obras de talento musical que cualquier músico hubiese firmado con gusto. Pero el disco blanco es algo más.  

No es solo porque sea doble (otro de los inventos del cuarteto, como la psicodelia o el fenómeno fan masivo y un largo etcétera) sino por lo que significa para toda la música que se ha hecho durante los siguientes treinta años. El disco blanco de los Beatles se anticipa al glam, inventándolo de hecho, recoge experimentos de vanguardia como Revolution nº9, y rebosa creatividad sin límites. Está claro que había material para hacer dos discos magníficos. Así que, por qué no hacer uno doble sublime.

Mención hecha de superclásicos como Ob-La-Di, Ob-La-Da o Back in the U.S.S.R, el doble de los Beatles tiene tal cantidad de talento que te deja alucinado. En mi opinión este es el disco donde la capacidad creativa del tándem Lennon/McCartney llega a su punto álgido.
El primero juguetón, creativo, experimentador como nunca. El segundo dejándose caer por los barrios obreros, por el vodevil para extraer piezas del tamaño de Rocky Racoon o Honey Pie. Y a eso hay que añadirle el mejor Harrison, el de While my Guitar Gentle Weeps. Por si esto fuese poco, en este disco encontramos cortes como Happiness is a Warm Gun, Everybody Got Something to Hide Except Me and My Monkey, pasando por una versión de su single Revolution, Helter Skelter, Sexy Sadie, hasta llegar a Glass Onion (donde se atreven a citar canciones de discos anteriores) o Blackbird. Y, además, Ringo también canta. Y como nunca.

Como he dicho, para mí este disco es el momento cumbre de los Beatles, la cima de la montaña. A partir de él solo podían bajar. Aunque, claro, eso ellos también sabían hacerlo mejor nadie. Para comprobarlo no hay más que escuchar los dos siguientes Lp´s del grupo.

Este disco es una constatación más, quizá la más clara, de que, si eres músico, es muy difícil que hagas algo que los Beatles no inventaran o por lo menos dejaran entrar al abrir las ventanas de su estudio.

¿Qué queda por decir? Pues si tuviese que decir alguna tontería para terminar esta reseña, diría que en el mundo solo hay dos clases de personas: aquellos a los que les encanta el disco blanco de los Beatles, y aquellos que todavía no lo han escuchado. Eso es todo.

 









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