Entre Gears of Wars, Halos, Lost Planets, Killzones etcétera etcetera, el volver a coger un fusil y liarnos a buscar enemigos a los que freír a balazos parecía agotador. Pocos espectáculos visuales o argumentos alambicados podían sorprendernos. Pero con todo, en Insomniac han hecho de la segunda parte de Resistance una alternativa para quitarse el sombrero.
Sí, lo confesamos: ninguna de las primeras partidas de Resistance nos hacía pensar hasta qué punto acabaríamos obsesionados con sus batallas marcianas. Nada en él, a pesar de las buenas formas que muestra desde su inicio (lo del monstruito gigante en la apertura ya lo hemos visto en otros como Lost Planet) nos hacía suponer que nuestro cinismo se vería socavado con tanta contundencia ante su acumulación de virtudes.
Pero ¿cómo culparnos o arrepentirnos de nuestra apatía cuando el shooter más que un género parece haberse convertido en el moderno videojuego, dejando a otros como alternativas menores? La acumulación de sagas nos hacía fijarnos estos días en qué novedades iba a traer Call Of Duty, en las que efectivamente había traído Far Cry (en estas mismas páginas comentadas) o las que algún día dicen traerá Killzone, todo antes que en esta nueva entrega de los chicos de Insomniac.
Cierto que habían hecho méritos en su primera parte, buena dosis de acción en el primer catálogo de Ps3, y que su experiencia con los Ratchet & Clank era la de los grandes desarrolladores (demasiado grandes como para que inquietase su cambio de género). Con todo, lo logrado en esta secuela, el hacerla destacar o como mínimo sacar pecho entre pesos pesados del sector da buena idea de su contundencia.
Marcianos por aquí, marcianos por allá
Seguimos con las confesiones: ni la aventura anterior ni la breve introducción ni las aportaciones argumentales nos han importado lo suficiente. La historia de Nathan Hale no puede crearnos más indiferencia. No ayuda que su argumento atropelle a secundarios, focalice en el tal Hale y tampoco se esmere mucho en profundizar en él. El caso es que un género tan poco dado a las reflexiones nos hacía sólo dudar al empezar partida en torno a la necesidad de volver a pertrecharnos de armas, de volver a avanzar tímidamente hasta hacernos con los controles, o de llegar a determinado punto para seguir con la función.
Pero la historia es lo de menos. Toda construcción en el argumento se hace a golpe de deducción, pero sobre todo de emoción: la invasión, los experimentos científicos fallidos, la ubicación steampunk en un pasado alternativo y futurista (sin segunda guerra mundial pero con una intergaláctica) se arman sobre una atmósfera en que tan pronto alterna el espíritu del cine de los 50 con la América tradicional puesta patas arriba, con los escenarios urbanos aniquilados en perfiles derruidos que quitan la respiración... Por no hablar de las angustiosas estancias a oscuras o las naves por cuyos recovecos nos colamos para golpear donde más duele al enemigo.
Así los escenarios son una clave vital en el éxito de esta continuación, y lo son por lo que nos hacen sentir pero también por lo que aportan a la acción al favorecerla con su explotación de posibilidades. Tienen un papel determinante en el ritmo al alternar distintas formas de combatir (en espacios abiertos, en grupo, en zonas cerradas sin margen para apuntar o sin apenas luz para hacerlo... puro ‘survival’) y también para eludir la monotonía. Cuándo toca bicho gigante o cuando una plaga temible que nos deja con la boca abierta son cosas que quedan en manos del guión, que si bien puede ser secundario en lo argumental, cobra una importancia absoluta en la distribución de retos y ubicación de enemigos.