Eat Lead

Eat Lead, el Retorno de Matt Hazard está hecho para despertar la simpatía del jugador veterano. Algo que, a priori, podría decirse que limita su público, si no fuera porque su mayor problema es -para qué andarse con ambages-, ser tan decididamente mediocre.

Aún así, la simpatía inicial hacia su argumento que se forja en una intro de enorme atractivo (que con apenas un par de minutos emociona al amante de los clásicos) se mantiene cuando llega el momento de tomar los controles y, todavía movidos por emociones falseadas, damos unos primeros tumbos en que la ironía y la parodia al género de acción mantiene nuestra buena actitud.

En esos primero compases estamos atendiendo a un tutorial que, en clara identificación de los problemas del videojuego moderno para el usuario más veterano (aguantar en cada título tanta lección de procesal en los controles), nos deja elegir si atender a ellos o no, y después se muestra burlón durante su enumeración ante la innecesariedad de tanta parafernalia.

Pero entonces es cuando el espejismo se diluye, y empezamos a apreciar que, con todo el humor socarrón de por medio, esos controles se están volviendo farragosos, poco manejables y agotadores. Y que el avance ortopédico de nuestro veterano protagonista de videojuegos, vieja gloria de los 80 que entre movimientos empresariales y cambios de tendencia quedó como un héroe de acción del jurásico (fenómeno que padecieron varias figuras de los 80 y principios de los 90, especialmente en el cine), no es soportable por mucha gracia que nos haga su inspiración, que no esconde similitudes a Duke Nukem en sus imágenes iniciales.

Técnica sin estilo

Dentro de su temática, habríamos aceptado las obsolescencias y simplificaciones técnicas en dos situaciones: una, si estuvieran justificadas por un diseño de arte que evocara a los 80 o hiciera el mismo uso de la metalingüística en lo gráfico que el que se emplea en el guión de la presentación; dos, si estuviéramos a principios del 2000, nuestra consola no fuera una Xbox 360 y esa parodia a las generaciones previas no se viera tan descompensada por el abismo técnico que separa este juego de la actualidad.

Pero desgraciadamente lo que nos encontramos es un fps más, que destaca tanto por su escasa calidad como por la efímera simpatía ya descrita. Y si bien esta última se diluye como un azucarillo, la primera característica nos persigue como un tormento todo el tiempo que queramos dedicarle, que sin duda será demasiado.

Cierto que los guiños a los videojuegos clásicos, la forma de introducirnos en esa realidad absurda en que el protagonista sufre el boicot de algún archienemigo que le arrebata el armamento en los peores momentos (confundiendo realidad y ficción, como si su papel de protagonista de videojuego fuera un contrato para un show concreto) es valioso. Pero la idea de que esto necesitaba argumentalmente que el curtido Matt se las viera crudas en un género vanguardista, el shooter, que ha absorbido el mercado, ha descuidado las complicaciones técnicas y otros aspectos que le hacen patinar en ritmo, intensidad, atractivo y acabado final.

Con todo esto cabe concluir que Mr.Hazard, en su historia ficticia que algunos llegarán a tomar por realidad, debería hacer lo mismo que Stallone, Van Damme y tantos otros no entendieron: olvidar el botox y los tratamientos antialopécicos y vivir una feliz vida retirada. Y si la mala administración previa de la economía no acompaña, buscar formas más cómodas y seguras de rentabilizar su fama pasada.