Probablemente nadie se plantee si tiene o no sentido una adaptación de Angry Birds basándose en cuestiones argumentales. Simplemente, el peso de la marca hizo pensar en que con la difusión que el videojuego había alcanzado, su salto en el cine podía ser una vía extra de sacar unos dólares. Vía lógica, más si se tiene en cuenta que en la actualidad un 30% de los ingresos que Angry Birds produce vienen de merchandising y no de videojuegos.
La cuestión es que Rovio (la empresa de entretenimiento creadora del juego), que hizo público el año pasado el proyecto de salto al cine con el concurso de los productores John Cohen y David Masiel (Mi villano Favorito, Iron Man) ha fijado el plazo que el propio estudio se da para materializar una creación que correrá íntegramente de su cuenta: tres años antes de que Sony se encargue de su distribución, fijada para el 1 de julio de 2016. Veremos si entretanto el proyecto se encuentra o no con los problemas que otras adaptaciones como Bioshock han tenido que afrontar...