Darren Aronofksy, a quien entrevistamos en nuestro más reciente número impreso, sigue convencido de que antes o después se encargará del remake de Robocop. Tiene un estreno alabado por la crítica a la vuelta de la esquina, un proyecto de superproducción en nombre de Lobezno, pero recuperar la cinta que Verhoeven dirigió en los 80 es algo que tiene entre ceja y ceja.

Puede que viera en ella algo de lo que la mujer de Verhoeven apreció después de que éste último se deshiciera del guión depositándolo en el cubo de la basura. Algo entre lo chirriante que podía sonar tener a un policía mitad hombre, mitad máquina, combatiendo el crimen en una Detroit caótica, motivo por el que el director inicialmente desechó el trabajo. Pero había algo más en la distropía basada en 8 man cuyo protagonista se inspiraba a su vez en Metal Hero Series y que padeció un par de secuelas en franca degradación.

Sería interesante saber si junto a Aronofsky hay alguien cómo el, con una marcada autoría, igualmente interesado por readaptar el videojuego. Más que nada porque entre las numerosas ocasiones en que veríamos al robot pasearse entre consolas, ordenadores y recreativas, la que venía como adaptación del debut tiene un magnetismo que hoy todavía resulta inspirador.

Es más, aunque veníamos con ganas de hacer sangre a un sistema de juego que años después nos parece ortopédico, limitado y simple como tantos productos obligados por una licencia, Robocop puede ser el símbolo perfecto de un momento en que los 8 bits dieron un salto sin margen para hacerlo. Algo que cobra sentido teniendo en cuenta que hablamos de una generación con una historia larga en comparación con otras, permitiendo que en determinados momentos hubiera quien se preocupara de exprimir las condiciones técnicas antes de limitarse a esperar que la tecnología facilitara la labor.

Con todo, tampoco se trataba de que Robocop tuviera elementos revolucionarios. Es más que como programa simboliza a la perfección a un tipo de juego que frente a la distancia cada vez mayor con las recreativas, frente a la dejadez de los últimos años en las adaptaciones, imponía buen gusto. Su mera pantalla de carga era estilizada con escasos usos de color. Los tonos que comienzan a formar una melodía con la carga del juego completada son tanto marca de la casa (Amstrad 100%) como atmosféricos y bien medidos, contribuyendo a que sea sencillo recordar las emociones que inspiraba en sus primeras partidas. En ellas, un género clásico parecía rozar el límite de la capacidad de un ordenador que solía dar pantallas saturadas de color, estresantes y poco definidas, salvo que hicieran uso del modo monocromo con la triste semejanza (suavizado de píxeles mediantes) al hermano menor Spectrum.

Curiosamente, y dando un salto, fue en este último ordenador donde Robocop arrasó como pocas veces lo ha hecho un juego ante la crítica. Para el asombro de propios y extraños, se llegaba a calificar a la versión como una mejor incluso –por mucha diferencia abismal técnica que hubiera– que la de la recreativa.

Y sí, no admite jugabilidad tras más de dos décadas después. Se hace pesado e incomprensible su gracia al avanzar a través de sus fases. Pero recordando productos anteriores y posteriores, el trabajo de Data East (distribuido por Ocean, con un enorme ojo a la hora de realizar/publicar adaptaciones de cine) sigue siendo de una dignidad enorme, incluso cuando uno quiera hacer sangre en su recuerdo. Será porque cuando uno dispara contra el metal, hay muchas opciones de que rebote la bala. El vídeo bajo estas líneas ha sido una de las que ha hecho creer tras el recuerdo inicial que este título merecía un respeto.