Cuando un juego debe todo su éxito a un solo motivo de fascinación, rara vez supera la prueba del tiempo salvo que éste sea el de la adicción. No era el caso de Marble Madness, publicado en 1984 y cuya recreativa prescindía del típico joystick en favor de una bola trackBall como principal reclamo.
Aquello, en realidad se limitaba a someternos a una serie de malabarismos imposibles para lograr que la bola llegara a un destino inaccesible, de tal forma que unas pocas pantallas, enormemente agotadoras en todos los sentidos (el uso de la bola física que debíamos hacer girar no era cualquier cosa; las frustraciones nos comían la moral) eran todo lo que veíamos moneda tras moneda.

Pasó el tiempo y uno volvió a encontrarse con tiempo por delante con Marble Madness en una versión en Commodore Amiga reveladora: con él en casa era fácil comprobar que el juego nunca fue para tanto. La originalidad de la interfaz (que para más inri había tenido un diseño todavía más exclusivo, pero que se descartó por numerosos fallos imponiendo un trackball “tradicional”) se manifestaba entonces con claridad como lo único digno de mención, la misma esencia por otro lado de su dificultad. Curioso que dentro de la repercusión que había alcanzado, uno incluso cayó en las redes de Bubbler en Msx por el simple parecido que habían logrado con el juego en cuestión los maestros de la isometría en 8 bits, la gente de Ultimate.

Los trackball de una vieja recreativa del Marble Madness.

Con el tiempo, ver a Marble Madness es recordar cómo las particularidades de su recreativa y de su estética le hacían destacar en los salones recreativos, una apuesta tan particular que le permitía perdurar respecto a sus compañeras puesto que siempre parecía haber alguien dispuesto a invertir una moneda en sus laberintos. Quizá, con perspectiva, lo más reseñable es que entre sus circuitos de Atari se encontraba el primer videojuego programado en C. Eso sí, sigue siendo estresante contemplar las inclemencias que la gravedad ejercía vez tras vez sobre nuestra canica (o un clásico: asomarse a padecer el recuerdo de las conversiones a Amstrad y compañía).

Isometría al servicio de canicas: Marble Madness.