Dentro de su género, es uno de los dos iconos que representan a dos maneras de ver las plataformas, apostando en su caso por la diversión acelerada sin pausas ni respiros.
Dentro del videojuego, aparte de simbolizar un "tipo de", es la imagen de una marca -una de las grandes- que ahora deja a su puercoespín fuera de su morada, abocándole a buscar calor en casa ajena.
Hay imágenes que para todo devoto seguidor no deberían producirse jamás. De la misma manera que nunca un culé debería ver a Laudrup o Figo de convencidos blanco-merengue, nunca un seguidor de SEGA (sufrida raza, se entiende) debería ver a Sonic derrochando virtudes en la casa de la gran N.
Pero ante la obviedad de que estas cosas pasan, poco más queda que hacer que compadecer a los que tantas penurias han pasado desde la época de la Megadrive, y previas palmaditas en la espalda, buscar motivos de alegría en la pervivencia del más afamado puercoespín que jamás ha existido desde Espinete (aunque aquel, gordo y rosado, poco tiene que hacer con el estilizado protagonista azulón de esta insigne serie).
Consumando su carácter de mascota de la marca, 10 años después de aquel día en que los deseos de SEGA de dar un rival a Mario dieron un grato resultado, se despidió de la defenestrada Dreamcast con un programa arrollador del que todo aficionado debería haber gozado (y que quizá pueda hacerlo conversiones mediante). Tras esto, en medio de proyectos de próximo resultado que le llevarán de forma relativamente inminente a la Game Cube (en un juego que, todo hay que decirlo, será interactivo con la versión GBA que ahora comentamos) SEGA se apunta a la política de rentabilización de clásicos emprendida por la dueña de este museo de bolsillo, y relanza a su manera la versión MD que tanta gloria tuvo años atrás.
El juego
La ventaja de recrear a un juego histórico y a su manera precursor (vale que las plataformas estaban ya más que inventadas, pero la forma de plantearlas tenía suficiente personalidad como para convertirse en estilo propio) es que si este impacta en su concreto momento histórico es por adelantarse a su tiempo, de ahí que generalmente tienen una cierta ventaja a la hora de enfrentarse con la generalmente cáustica prueba del tiempo. Pero puesto que Sonic es a todas luces intemporal, ni la existencia de un hermano mayor que corra en entornos poligonales de auténtica exhibición pueden evitar que esta forma de plantear el juego tiene alicientes sobrados.
Mucho se puede discutir sobre si el estilo menos acelerado de Mario/Wario propio de Nintendo tiene suficientes ventajas para evitar la comparación, pero lo cierto es que las formas de Sega al respecto no hacen sino ofrecer otra vertiente que, pese a que no tiene porque gustar a todos (lo cual parece más fruto de un cierto fanatismo que de gustos: cada uno tiene sobradas virtudes) enriquece la oferta del software.
No hay que obviar una importante cuestión cuando se habla del irreprimible ritmo Sonic: lo que en apariencia puede resultar como poco jugable, reñido con el control y de excesivo automatismo se torna en un inapropiado espejismo mientras crece la experiencia y se demuestra que son varias las vías y que con suficiente habilidad pasamos de divertirnos sin controlar en exceso, a hacer lo propio llevando las riendas y descubriendo el enorme mapeado repleto de secretos que ofrece cada pantalla.
Así, juzgando su incontenible diversión con la variedad de pantallas, los varios personajes (con adiciones fruto de la interactividad con la Gamecube que permitirá descargas) y las pegadizas melodías, es obvio que para los fans de los juegos de solera, aquí hay una opción indiscutible.