La apuesta arriesgada de rehacer uno de los juegos más relevantes de los últimos años, se convirtió pronto en centro de expectación y en una promesa de exhibición gráfica capaz de justificar la reiteración argumental.
Ahora, cuando el resto del mundo ya ha revivido la experiencia, nos llega a la GameCube el primer episodio de la más grande batalla librada contra los zombies.
No es fácil decantarse por una de las entregas de RE. Cada cual ve algo decisivo en una de ellas, y si generalmente la mayoría de sus auténticos seguidores eligen una de las tres primeras, no faltan quienes aprecian más el entorno gráfico 3D en tiempo real de la cuarta, Code Veronica.
Pero en esta falta de unanimidad, los motivos para la diversidad se encuentran en la progresiva evolución de cada una de las entregas. Desde la claustrofobia del primer episodio, los espacios se fueron abriendo cada vez más, a la vez que la trama iba enriqueciéndose paulatinamente. O al menos hasta esa cuarta parte, donde quizá se pecaba de recurrencia.
Haciendo un juicio justo, ubicar a cada uno en su momento da un claro ganador. El inicio de la saga, con aquella mansión en cuyos pasillos nuestro corazón rozaba el síncope, fue probablemente el que más valor tuvo. Encerrado entre sus paredes revestidas de misterio, la tensión, las sombras y el silencio eran enemigos demasiado poderosos.
Por todo ello, quienes han tenido la suerte de seguir toda la trayectoria viviéndola en primer plano y de forma coetánea a los lanzamientos, no dudan en darle un significado especial. Por lo que rehacer artesanalmente aquella pesadilla, dotarla de potencial gráfico no como mero injerto encaminado a rentabilización rápida, sino a modo de experimento respetuoso y entregado, es una baza con la cual alargar la relevancia de este mito, convertirlo en una pieza para el recuerdo.
El juego
Empecemos por el principio, nunca mejor dicho. El sabor y estructura de RE está presente desde las primeras vueltas del mini-cd, y tan pronto como hayamos elegido entre uno de los dos niveles de dificultad (y entre uno de los dos personajes: Chris Redfield y Jill Valentine), podremos atender a la nueva puesta en escena que lleva a los STARS a esta oscura trama de ultratumba. El video introductorio, lejos de aquella filmación con personajes de carne y hueso, presenta unas animaciones al nivel de esta producción, con fluidos movimientos, sonidos estremecedores, y planos visuales propios de las nuevas tendencias. Es algo que permanece en las escenas video, que no chocan en modo alguno con las imágenes del juego propiamente. Tras la entrada en la mansión, la arquitectura de la misma nos absorbe, intimida y empequeñece. La vuelta a las imágenes pregrabadas, nos devuelve a los cinéfilos planos que se van alternando algo abruptamente según la movilidad del personaje. Para esta ocasión, la incidencia de efectos de luz hace olvidar motivos tradicionales de crítica, y da un aspecto tan real que nos hace perder la consciencia de esta técnica ya en desuso. Al aparecer el primer trueno-relámpago, sólo la tensión de las manos aferradas al pad, nos impedirá el aplauso.
La interactividad del personaje con los decorados, nos ofrece un elaboradísmo juego de sombras en que la colocación de un cuerpo frente a una fuente de luz, incide alterando el siniestro perfil que de manera cambiante se dibuja en las paredes. Unas veces nuestro, otras... no. Esta novedad, introducida apoyándose en el potencial, viene de la mano del uso de espejos que, con idéntica razón, siguen ofreciendo alicientes y nuevos elementos de distracción.
El mapeado de escenarios, no parece variar en lo sustancial... pero sólo a primera vista. Además de la lujosa reconstrucción, nuevos parajes, recolocación de items, y nuevas maneras de enfocar la acción aún más rebuscadas sirven de aliciente suficiente a quienes ya creían esta historia superada. Porque nada más lejos de la realidad.
A nivel de dificultad, quienes crean que por superar a su homónimo esto va a ser un simple paseo de observación, se van a llevar una sorpresa agradable. O desagradable, según se mire. El nivel de dificultad "serio" -y manejando a Chris- nos introduce en una tortura permanente, en un ejercicio de voluntad, estómago y humillaciones constantes dónde los medidos cambios y novedades nos dejarán totalmente descolocados una y otra vez. Y en medio de la desorientación, torpedeados imparablemente, se nos desatarán los nervios al ver que ese zombi varias veces muerto, vuelve a levantarse por no haberlo incinerado. Que ese inteligente ejercicio de fuga constante, choca con salvajes consecuencias: el estruendo de la puerta adyacente al abrirse golpeada por un no muerto que se rebela contra las señas de identidad del juego y nos persigue para cazarnos en nuestras más íntimas pesadillas.
Hace unos años, en conclusión, la intensidad de Resident Evil llegó a los videoadictos para robarles la razón. Unos años después, imposibilitado de alcanzar ese mérito de volver a sentar cátedra, consigue otro de análoga enjundia. Secuestrarnos cuando todo en el género parecía hecho.