La magia de Disgaea
¿Y cómo se resuelve eso a efectos de juego? Muy sencillo. La acción de la historia trascurre en capítulos, cada uno de ellos con cuatro combates a superar. Como en la mayoría de juegos tácticos, las peleas discurrirán en cuadrículas, que determinan los movimientos de los personajes y el alcance de los ataques o ítems. Pero Disgaea va mucho más allá, y explora nuevas formas de avanzar por el mapeado. Así, además de las típicas acciones de ‘Ataque’, ‘Magia’ o ‘Defensa’, nos encontramos otras como ‘Levantar’ y ‘Lanzar’, con las que podremos agarrar a nuestros compañeros de equipo y hacerles avanzar más rápidamente. ¡O apilarlos unos sobre otros, para atacar después con una torre humana! También tendremos que tener en cuenta los GeoPaneles, una suerte de pirámides repartidas por el escenario sobre losas de colores, que modifican algunas acciones: unas no permiten los ataques a distancia, otras doblan la experiencia ganada, otras en cambio impiden el paso, etc. Los niveles basados en puzzles con estas piezas son desquiciantes. Pero son los golpes combinados los que obligan al jugador a pensar siempre en nuevas estrategias de movimiento: si colocamos a dos personajes adyacentes entre sí, estos efectuarán un ataque conjunto. Pero también funcionará si colocamos a tres o cuatro de ellos, con impactos cada vez más potentes.
El apartado de personajes tampoco se queda corto. Más allá de los protagonistas que aparecen durante el juego y se van uniendo al grupo, puedes adquirir cuantos más miembros quieras, de entre una gama de profesiones enorme. Desde ninjas a pistoleros, arqueros, magos (rojos, verdes o azules) o ladrones, algunos de ellos con varios rangos... y la variedad se dispara cuando podemos empezar a introducir en el equipo ejemplares de los monstruos a los que hemos derrotado. En cada combate podremos desplegar hasta diez de nuestros reclutas, variándolos y creando tus propios planes de batalla. Aunque, conforme avanza la historia, la tendencia general es a mantener a los protagonistas con niveles altos, mientras que el resto van cayendo en el olvido.
Pero... ¿esto es todo? Ni de lejos. Uno de los motivos por el que Disgaea es un RPG de culto para muchos es por su enorme cantidad de niveles secundarios, secretos desbloqueables y elementos personalizables. Así, en esta entrega contamos con extras como la Asamblea Oscura, una especie de parlamento de monstruos en la que deberemos sobornar a los senadores para que aprueben cosas como poder comprar mejor equipamiento, enfrentarse a enemigos más complicados, desbloquear nuevos escenarios, etc. Ni que decir del Item World, un generador aleatorio de fases, en el que exploraremos los niveles ocultos DENTRO de los objetos: si superamos un número determinado, podremos aumentar las características del mismo. ¡Una mejora en profundidad!
Porque objetos hay a montañas, desde armas (pistolas, arcos, hachas, espadas, lanzas...), a teléfonos móviles. Y todos diferentes: difícilmente hallaras dos iguales. Y es que por mucho que un ítem se llame igual que otro, cada una de ellos cuenta con técnicas que potencian más o menos las distintas puntuaciones en las habilidades de los personajes: como suele ocurrir, cuantos más bonificadores positivos, más caro resulta el objeto.
And introducing...
Sinceramente, Disgaea no merece las críticas negativas que se le puedan verter. ¿Gráficos anticuados? No más que los de cualquier Tactics de hoy en día. El uso de sprites le confiere un valor casi sentimental. Si este juego hubiese aparecido para otra plataforma (Cube o DS, por ejemplo), nadie hubiera discutido su calidad. ¿Un sistema de juego ya desfasado? Para nada. Disgaea innova a cada paso, y su hilarante argumento debería desmontar cualquier ataque hacia la falta de trama y cohesión entre fases. No se hace corto ni largo: la historia principal se ajusta a la demanda mínima que un jugador que ha apoquinado sesenta euros puede reclamar, pero la jugabilidad puede prolongarse hasta el infinito. Un ejemplo: todos los personajes pueden llegar a nivel 1000. Y se necesitan MUCHAS HORAS para lograrlo.
Pero el acabado técnico no termina ahí. La banda sonora es de lo mejor que podremos escuchar en un RPG (a excepción de los Final Fantasy, que juegan en otra categoría, seamos francos): melodías de batalla originales y muy características, y canciones para cada uno de los personajes realmente fantásticas. Aquí es donde la mezcla entre la tradición japonesa y estadounidense se hace más patente: un par de piezas recuerdan sobremanera a Pesadilla Antes de Navidad (sobre todo el tema Etna’s Boogie), mientras que otras tienen un carácter épico, o un tono de cántico-místico, que encaja perfectamente con la ambientación.
En definitiva, un título muy completo, que catalogaría de imprescindible para los amantes del RPG de toda la vida. Absténganse sajarrajas que no busquen un poco de dificultad en la estrategia de combate. Mantiene el nivel de la primera entrega, y aporta esos toques de calidad que le dan salero al formato PS2: audio en inglés y en el original japonés; textos lamentablemente en inglés, pero que no supondrán un duro golpe para el usuario experimentado al que el producto va dirigido, y vida útil para rato. Tanto como el jugador desee. Una recomendación: si es posible, juegue antes al primer título de Disgaea: Tour of Darkness. Disfrutará mucho más cuando los personajes originales reaparezcan en pantalla. Asegurado.