Como complemento a lo anterior, y en lo que es una cualidad que se extiende a todo el juego, hay muchos elementos de una linealidad bastante altos pero totalmente aplacados por una gran interactividad en el ritmo. Es decir, puede que lo que hagamos esté preestablecido y el espectáculo esté preparado para ser así, pero lejos de otros productos con similar deseo de exhibirse, este, aparte de llevarlo más lejos lo hace de forma que todo parezca natural y que seamos nosotros los que aparentemos llevar las riendas.
Siguiendo con esta enunciación de cualidades, de forma cómplice interviene su guión, tanto en lo que se refiere a la adopción del argumento clásico para valerse de la larga tradición de la mitología griega y así crear un universo homogéneo y sacar carisma de sus figuras, como en el guión como estructura de un ritmo logrado gracias a las fórmulas que se han ideado para dar alternancia y evitar que se vuelva rudimentario en ningún momento. Porque puzzles, golpes y combinaciones de botones son cosas ya vistas. Gráficos espectaculares también tenemos y más en las consolas de nueva generación. Pero es la forma de mezclar los ingredientes, el cómo y no el qué, lo que hace que nos deslicemos con plena sintonía con God Of War. Su carácter arrogante y déspota invade al jugador, su gesta pasa a ser nuestra, los decorados asombrosos constituyen el armazón con el que se forma un mundo que pasa a ser el mundo en que vivir una aventura única. Perlado de momentos para dejarnos con la boca abierta tras grandes despliegues de adrenalina, volvemos a contemplar lo que el arcade quiso ser desde sus inicios y que se ha encarnado en este juego como en ningún otro.
Técnica al límite
La espectacularidad gráfica llevada por encima de los límites de PS2, la banda sonora lujosa arropada por unos perfectos doblajes al castellano marcan el punto más elevado de una consola que tiene en este uno de los mejores, cuando no mejor para los amantes de la acción y del género, nombres que ha dado en su generación. Comparado con las resoluciones manejadas por Xbox360 o Ps3, y especialmente en las pantallas de gran tamaño que se están generalizando, podrá percibirse que el envasado de God Of War saca todo lo que puede de la segunda playstation y que falta alta definición. Pero en todo lo que hace grande a un juego, en un momento en que es fácil descompensar a favor de lo técnico, apuesta por darlo todo y demostrar el extremo celo que puede llegar a ponerse en un nombre cuando hay ganas de hacerlo no bien, sino mejor. Vuelve a construir lugares únicos, fases que quitan la respiración y crean atmósfera, cambia del mismísimo infierno repleto de manos que tratan de llevarnos a las profundidades a un vendaval de nieve donde apenas vislumbramos nuestros enemigos entre el viento para reforzar una épica que llegamos a palpar. Y entre presentaciones de nuevos personajes volvemos a sentir que Kratos es un tipo único, incorruptible y al tiempo monstruoso al que vale la pena conocer (y temer si no estuviéramos de su lado) y un gran compañero para retar al mismísimo Zeus.
Superadas las dudas sólo cabe desear algo más: que el siguiente God Of War (muy posiblemente el de PSP, y antes de debutar en Ps3) sea realizado con la misma dedicación y minuciosidad. Se convertiría en una de las sagas punteras del videojuego.