¿Y qué sabor nos deja en el paladar? Sorprendentemente, y a pesar de las carencias respecto a títulos anteriores, el nuevo formato en DS cumple su función primordial: entretener. Al despojar a la saga de su carácter marcadamente histórico (que extraño me resulta jugar a un Dynasty Warriors sin enciclopedia ni cronologías), y eliminar las masificaciones de soldadesca de ambos ejércitos, nos queda un cartucho que condensa toda la acción sin tregua que permanece invariable en cada nueva entrega de la licencia, unida a pequeños toque de exploración. Cada una de las once fases a superar por cualquiera de los tres personajes nos ofrece dosis condensadas (nunca superarán el cuarto de hora, cuando en las versiones para consolas domésticas un nivel podía alcanzar perfectamente los cuarenta minutos) de combate, con dos botones de ataque, un tercero que libera el poder especial, y uno de reciente incorporación que permite lanzar un ‘truco’, hechizo o evento al azar cuando recolectamos cinco monedas. A su vez, estos efectos dependerán de quienes sean los héroes que hemos escogido como guardaespaldas para cada misión, con lo que el círculo se completa.
A pesar de no destacar gráficamente y no contar con animaciones, el juego luce buenos efectos ingame en algunos ataques espectaculares, mientras que para el resto alcanza el aprobado. Las melodías van acordes al tono de la contienda, y se aceleran hacia el final, aunque no hay un gran repertorio. Lo que aumenta en gran medida la vida del título es el modo multijugador, que permite que hasta tres usuarios se conecten en vía local, pero la falta de jugabilidad online le resta calidad al producto final, que no decepciona, pero se queda muy corto en comparación con cualquier otro Dynasty Warriors. Nos queda así una primera incursión temblorosa en las consolas portátiles, que sin embargo proporciona muchas horas de combates y el aliciente de conseguir todas las cartas de personajes legendarios.