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King Kong (1933) - filmoteca de cine
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King Kong (1933)

De la bestia y de la bella

Un artículo de Diego Salgado || 12 / 12 / 2005

Arranca la acción. Noche y niebla en un puerto de Nueva York. Quedan pocas horas para que suelte amarras el Ventura, buque fletado por Carl Denham (Robert Armstrong), un director de “películas de selva” -¡como Cooper y Schoedsack!-. Denham, harto del público y de la superficialidad de su profesión, busca algo especial en un destino que no ha revelado ni siquiera al capitán Englehorn (Frank Reicher) ni a Driscoll, el segundo de a bordo ([Bruce Cabot). Pero este secretismo no favorece la contratación de una actriz que se sume a la expedición, y el director baja a tierra para buscarla por sí mismo. Entre las muchas desheredadas que recorren las calles de una ciudad azotada por la Gran Depresión, Denham elige a Ann (Fay Wray) y la convence para que se enrole con él.

Zarpa el Ventura. Ann se pliega a las pruebas de vestuario y cámara que Denham le exige en cubierta, pero se siente atraída por Driscoll. El sentimiento es mutuo. Denham, que se da cuenta, revela al segundo de a bordo que el tema de su película es precisamente cómo la belleza nos lleva a descuidarnos y a perecer a manos de nuestros enemigos.

El barco llega a la demarcación marcada por el cineasta, y éste confiesa al capitán dónde quiere ir: a una isla situada al oeste de Sumatra que no figura en las cartas marítimas y de la que Denham tuvo noticias gracias a las confidencias de un marino noruego. Más información inquietante sobre el lugar: la isla está cortada por un muro que separa a los indígenas del Rey Kong, una especie de dios o espíritu, ni hombre ni animal, monstruoso y tan poderoso que sobrevive a través de los siglos sembrando un pánico mortal en el lugar. Por supuesto, el objetivo del cineasta es filmar, caso de que exista, a tan peligrosa criatura. Por si hay peligro ha traído una partida de bombas con gas somnífero.

La isla. Coronada por una montaña con forma de calavera a cuyos pies se erige un enorme muro que puede atravesarse gracias a unas puertas inmensas. Los expedicionarios se topan con la población indígena, sumida en un ritual que incluye el acicalamiento de una joven y la danza de unos guerreros vestidos con pieles de gorilas. Denham y compañía son descubiertos por la tribu cuando el director saca su cámara para rodar. El hechicero se encapricha inmediatamente de Ann y los blancos regresan precipitadamente al barco.

Esa noche, poco después de que Ann y Driscoll se hayan confesado mutuamente su amor, los indígenas secuestran a la chica y preparan una ceremonia sacrifical. Excelente el plano general de Ann sujeta a los pilares frente al espacio negro y vacío dejado por las gigantescas puertas abiertas…

Aparece Kong, tumbando los árboles a su paso. Un simio de seis metros de altura merecedor de dos primeros planos bastante expresivos. Arrambla con Ann y desaparece en el interior de la jungla.

Driscoll, Denham y algunos marineros, que tras descubrir el rapto de la chica habían vuelto a la isla, siguen a Kong más allá del muro. Los siguientes minutos son una orgía de magníficos efectos según los expedicionarios van encontrándose con criaturas prehistóricas terrestres, acuáticas y aéreas que los diezman. Escenas espeluznantes, por cierto, y eso que falta la más brutal, censurada por el propio Cooper después de apreciar el efecto que causaba en los espectadores (hoy perdida): algunos marineros eran devorados por una araña gigante.

Kong completa la escabechina, a la que solo sobreviven Denham y Driscoll. Después, el simio se enfrasca en una batalla cuerpo a cuerpo con un tiranosaurio rex. Cuando las bestias empujan sin querer el tronco donde Ann se ha refugiado, se nos ofrece un logrado plano a lomos del tocón que cae. Además la “interpretación” de Kong es brillante. Cuando termina con el T-Rex juguetea con él para comprobar que ha muerto, y celebra su victoria.

Pero ni siquiera el gran simio está seguro en su feudo, situado en la montaña de la calavera (unos decorados soberbios). Allí es atacado por un lagarto y un pterodáctilo, lo que aprovecha Ann para huir con Driscoll, que ha podido acercarse a ella. Una imagen muy lograda: mientras ambos se descuelgan por una liana de la terraza de Kong, en el horizonte divisamos el Ventura.

Denham ha regresado al barco a por ayuda y por las bombas adormecedoras, y en la gran puerta de la isla confluyen el director, los fugados, y Kong, que los ha seguido. Afortunadamente el simio es narcotizado con las explosiones de gas.

De vuelta en Nueva York. La bestia es obscenamente exhibida por Denham. Por cierto que las proporciones de la bestia han aumentado en la ciudad hasta los ocho metros de altura para que no desentone frente a los rascacielos. Los flashes de las cámaras y los arrumacos de Ann y Driscoll provocan la furia de Kong. Rompe los grilletes, destroza la ciudad, coge a la chica y sube con ella hasta lo alto del Empire State Building. Se necesitarán cuatro biplanos armados con ametralladoras para abatir a la bestia. La escena es técnicamente arriesgada, e incluye planos desde el punto de vista de los aviones mientras se aproximan y disparan al peludo objetivo. Una de las tripulaciones la componen Cooper y Schoedsak: Si había que matar al hijo de puta, teníamos que hacerlo nosotros mismos.



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