Año 2415. Los superviventes a una epidemia que cuatro siglos atrás acabó con el 99% de la especie humana habitan una ciudad maravillosa llamada Bregna. Allí ejercen su santa voluntad los descendientes del descubridor de la vacuna, Trevor Goodchild. Sin embargo, algunos ciudadanos empiezan a desaparecer. Otros lloran, atenazados por visiones y pesadillas difusas. Los más valientes, Aeon Flux por ejemplo, se atreven a cuestionar el orden establecido.
Hay muchas mujeres implicadas en la realización de esta película: las actrices Charlize Theron, Sophie Okonedo, Caroline Chikezie y Frances McDormand; la directora Karyn Kusama (Girlfight); la productora Gale Ann Hurd... De todas ellas, posiblemente la más influyente en el resultado final sea Hurd. Con excepciones, una especialista en ejercicios de fantasía anodinos como Alien Nation, The Relic, Virus o Clockstoppers, que con esta versión de la serie creada en 1991 por Peter Chung vuelve a revalidar tal condición.
No puede negarse que el personaje animado era difícil de adaptar al cine, al menos de acuerdo a los cánones hollywoodenses. La abrupta estructura de los capítulos, lo ambiguo y críptico de las historias, los escasos diálogos, y la amoralidad de los protagonistas, Flux y Goodchild, tenían pocas posibilidades de subsistir en una producción de 62 millones de dólares autorizada para todos los públicos. En declaraciones previas al rodaje los guionistas Phil Hay y Matt Manfredi daban la batalla por perdida, y Chung se hacía a un lado confiando públicamente en que el film sirviera al menos para dar a conocer su creación al público.
La traición a la serie se acepta. Así son las cosas. Otro tema es la mediocridad tan absoluta que impregna el argumento y la puesta en escena, la pobreza del diseño de producción, el nulo convencimiento que respira la ficción cinematográfica. Nos hallamos ante un producto menor ya desde el punto de partida, que no aspira más que a servir como vehículo de la belleza de Charlize Theron -a veces de manera ridícula, atención al pijama que se marca en una escena-, y a usar la ciencia-ficción como base de un aburrido muestrario de acción y efectos especiales incapaces de desarrollar la intriga. De eso se encargan cada media hora los personajes a través de monólogos explicativos.
Hay detalles apreciables en las reflexiones un tanto románticas en torno a la clonación, y en la recreación de un futuro a la vez verosímil y ajeno a nosotros, con una atmósfera abstracta que recuerda a La Fuga de Logan o El Prisionero. Por lo demás, Aeon Flux es prescindible. En pocos años no constituirá sino una nota a pie de página en cualquier texto sobre cine fantástico. Y dudo que, pese a las ilusiones de Chung, nadie se anime a indagar en el sugerente universo de la Aeon Flux original, después del sabor a ceniza que deja la película.