El transcurso del metraje da al cine una función importante a la hora de recordar la tragedia, enfocar una historia concreta y remarcar ideas vitales.
Siempre fue el cine, nunca importaron las etiquetas. Tanto daba la pertenencia concreta a un género, si se producía en lugar más o menos remoto, con cargo a capital de la propia industria o al de jeques del petróleo. Lo único que podía resultar tan determinante como pernicioso en el etiquetado, era lo que algunas implicaciones de éste sugerían: véase esa acepción de cine español vinculada a una oficialidad intencionada, al uso de dinero público dirigido a lo que algunos han dado en llamar castas, su vinculación a determinadas ideologías... planetamientos que se alejaban de la mera autoría o de la obligación de encontrarse en algún punto con el espectador (eso que algunos han calificado en demasiadas ocasiones de comercialidad, cuando es su exceso, su leitmotiv por encima de la propia historia, el que adultera cualquier proyecto).
Bayona ya había dado con El Orfanato un buen muestrario de habilidades con el que vincularse a ese escaso repertorio de nombres de cineastas -entre los que la mayor afinidad probablemente esté con Amenábar- que aparecen como gente al margen de posiciones, identificaciones con géneros o politizaciones, y que simplemente se ponían tras la cámara y rodaban buen cine. Es más, que conscientes de la dificultad de llegar a ocupar esa posición, trataban de hacer el mejor cine posible, el que satisficiera sus ansias y al gusto de la audiencia. Porque es importante gustar a la gente, emplear los resortes emocionales adecuados con algo de honestidad.
Cierto que es desafortunadamente habitual que algunos confundan a quienes buscan la emoción fácil tirando de mecanismo, y aquellos que la buscan como parte vinculada al relato. En este caso, la mayor de las tragedias, en manos de Bayona, es certera al encontrarla en prácticamente todos los planos, por más que eso pueda llamar a excesos que sobrelleva con oficio y tiempos medidos. Sus posibles excesos en el subrayado –el efectismo es redundante ante un tsunami que barrió un mundo y puso patas arriba el concepto de seguridad de la especie humana- se alternan con líneas más sutiles, el transcurso del metraje da al cine una función importante a la hora de recordar la tragedia, enfocar una historia concreta y remarcar ideas vitales.
Todo el plantel de actores contribuye de la mano de la labor de producción a la hora de dar verismo a sus dos horas de metraje. Dos horas que se suceden con angustia y pulso firme, con empatía ante la historia basada en hechos reales que se soporta gracias al alivio de sus progresivos respiros. La forma de manejar los recursos de su director, es es de tipo con mente preclara, algo que unido al cambio de género practicado respecto a El Orfanato da especial interés a su trayectoria y a los proyectos que le quedan por delante. Podrán llamarlo cine español si se fijan en su origen, extranjero si atienden a miembros del reparto. Pero es simplemente cine, del que cada cierto tiempo aparece escrito con mayúsculas.