Sólo digerible por adolescentes que anden con las hormonas revueltas.
Hay películas que te engañan: el trailer te despista, la ficha que lees en alguna web te lía más aún y por último te llega algún comentario de un conocido tuyo que la ha visto y que acaba por descolocarte del todo. No es el caso de DOA: Dead or alive, donde todo es precisamente lo que parece si has estado atento a la actualidad cinematográfica o si has visto algún avance de los estrenos de la semana. Tratándose de una película basada en un videojuego de esos donde dos personajes se pelean y sólo puede haber un vencedor, poco trasfondo filosófico podemos querer encontrar, así que analicemos otras cuestiones como por ejemplo el presunto argumento que sirve de soporte a este producto.
La historia arranca presentándonos a tres chicas de buen ver y con tendencia a mostrarse bastante ligeras de ropa. Gracias a sus méritos como luchadoras serán convocadas para participar en un torneo de artes marciales que se desarrolla en una isla propiedad de un misterioso personaje. El premio: diez millones de dólares. Además del monetario, hay otras motivaciones que intentan darle algo de profundidad a los caracteres retratados, pero se nos muestran de una forma tan pueril que está más cerca de dar risa, algo que también puede aseverarse del resto de la argumento, mera excusa para rellenar intervalos entre las diversas peleas que tienen lugar durante el metraje.
Además de la colección de mamporros que los personajes tienen a bien desplegar cada vez que deben enfrentarse al oponente de turno podemos nombrar como ingredientes fundamentales de DOA: Dead or alive la música machacona deudora de la banda sonora de Matrix, la estética videoclipera made in MTV que le imprime el director Corey Yuen (el de Transporter: ya está todo dicho), el lucimiento constante de los cuerpos desnudos de las féminas, o las peleas con coreografías imposibles heredadas de cintas orientales recientes como Tigre y dragón, Hero o Siete espadas, con la excusa de que una de las protagonistas es la inexpresiva asiática Devon Aoki (Sin City).
El producto resultante será sólo digerible por adolescentes que anden con las hormonas revueltas o quizá incluso por los amantes del cine de acción más facilón y poco trabajado. Cualquiera diría que ambos grupos constituyen una cuota de mercado nada desdeñable, viendo cómo siguen realizándose películas como ésta tras el paso por las carteleras de Los Ángeles de Charlie y su secuela. Sólo a los mentados destinatarios les dará igual que en su trama no se entienda bien cómo se va decidiendo quién se enfrenta con quién, o que la narración de los combates sea tan confusa que a veces parece que en el cuarto de proyección se han equivocado de rollo. En definitiva, sólo ellos podrán realmente convertir todos los defectos mentados en el párrafo anterior en virtudes a disfrutar.