Una brutal sequedad de punzantes ángulos brilla en esta ópera prima dirigida al alimón por el otrora actor Tristán Ulloa, imprescindible en Lucía y el sexo (2001), de Julio Medem y Volverás (2002), de Antonio Chavarrías, y su hermano, curtido en la televisión, David Ulloa.
Presentada en la última jornada del reciente X Festival de Cine Español de Málaga, Pudor nos introduce sin aspavientos en las miserias más desarmantes del ser humano, a través de los miembros de un grupo familiar que son incapaces de expresar al resto su verdadera condición de ser: al padre le consume la enfermedad, a su mujer una insatisfacción sexual, al abuelo una nueva pasión amorosa, a la hija los complejos inherentes a su nacimiento adolescente y al hijo un universo propio lleno de fantasmas.
La película se retuerce en las alcobas de estos personajes sacando a relucir los aspectos más siniestros de cada uno de ellos. Aquí, el término siniestro hace referencia a los secretos que todos guardamos en nuestro interior. Aquellas cosas que sentimos, que somos o que deseamos y que no compartimos por el simple hecho de evitar una posible incomprensión por parte de los que nos rodean.
Pudor, adaptación libre pero leal de la novela homónima de Santiago Roncagliolo, se lanza al análisis de la incomunicación y en absoluto pretende encontrar una respuesta. La cinta se limita a observar los comportamientos de sus criaturas, a dejarlos volar por sus miedos y soledades y a mostrárnoslos de una manera tan descarnada y visceral, tan pasmosamente "real", que la función llega a resultar insoportable. Insoportable en el buen sentido (si es que este término tiene alguno). Es tan fuerte y tan insana la verdad que atraviesa cada plano que llega a producir un alto grado de incomodidad en el espectador, consciente de que es testigo de las basuras que corroen las almas de los personajes, en un ejercicio vouyerístico digno del Hitchcock de La ventana indiscreta.
A la enfermiza atmósfera que se respira durante todo el metraje ayuda la adecuada elección de los parámetros que caracterizan su puesta en escena. Pudor es una película seca, inmersa en un ambiente plomizo, de grisácea naturaleza. Una cortante luz plata envuelve al filme, que respira desacompasadamente ayudado por la áspera y turbadora energía emocional que se desprende de cada secuencia. En este sentido, la decisión de situar la acción en una ciudad de provincias del Norte de España, como Gijón, se desvela todo un acierto pues la impronta apática y lánguida de esta ciudad logra soberanamente la consecución de ese malestar atmosférico que domina cada plano.
Formalmente sencilla, narrada con suavidad y delicadeza, a pesar de lo afilado de su contenido, Pudor se erige desde su formidable arranque como una pequeña maravilla de enraizada sensibilidad y putrefacto hedor a mentira, que va estirándose en un prodigioso crescendo tensional hasta explotar finalmente en la brutal, aterradora e impresionante última cena familiar.
A pesar de alguna insuficiencia, relativa a una tarea de guión un pelín condescendiente, el filme destaca inmisericorde en el opaco panorama cinematográfico español del momento por méritos propios. Uno de ellos es la superlativa labor de todo el elenco artístico, donde Nancho Novo compone su mejor trabajo ante las cámaras, digno de un Premio Goya, y Elvira Mínguez se confirma como una de las más grandes actrices de nuestro país en una actuación generosa, sacada directamente de las tripas.
Estamos, por tanto, ante una rabiosa película, de contundente fuerza y desestabilizadora energía que convierte a sus creadores en dos prodigiosos talentos tras las cámaras, capaces de hacer cine de aquello que resulta ser lo más insignificante por ser lo más invisible: la pudorosa y secreta condición del ser humano.