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La Invasión - especial de cine
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La Invasión

Una psiquiatra contra los ultracuerpos

Un artículo de Diego Salgado || 26 / 10 / 2007

Más allá del desparpajo de Hollywood a la hora de repetir fórmulas de éxito, razón última para la existencia de 'La Invasión', lo cierto es que la obra publicada por Finney en 1954 no es sólo absorbente; propicia además profundas interpretaciones psicológicas, lo que justifica el perpetuo interés por ella de guionistas y directores. Y eso que los críticos, no sabemos si por comodidad o por cobardía, siempre han circunscrito el tema a la coyuntura en que se rodó cada adaptación. Así, todavía sigue discutiéndose si la dirigida por Don Siegel en 1956 es una denuncia de las actividades del senador Joseph McCarthy o una alegoría anticomunista; de la filmada en 1978 se ha repetido hasta la saciedad que representaba un alegato contra "la incomunicación", ese término tan de moda hace treinta años; y en cuanto al 'remake' de 1993, siempre se ha subrayado su presunta crítica a la mentalidad castrense al desarrollarse en una base militar.

Sería asimismo tentador establecer una relación entre la fantasía que propone en 2007 'la Invasión', en torno a unas esporas que sustituyen a los seres humanos después de asimilar su aspecto y sus recuerdos, y una realidad como la actual, habitada por 'zombies' de pareja a toda costa y querencia por el mobiliario sueco, y otros no menos 'zombies' alternativos atraídos por los macroconciertos y las más variopintas manifestaciones. Pero caeríamos en el mismo reduccionismo que pretendemos denunciar y que ya Don Siegel, director del film de 1956, buscaba trascender: "Creo que el mundo está de hecho poblado por esas criaturas […] muchos de mis colegas lo son. Les ha abandonado la pasión, la rabia, la chispa […] así eluden el afrontar decisiones […] no sé cuál es la respuesta, salvo tomar conciencia de ello; y si mi película puede tener alguna importancia, es por eso". Por tanto, de lo que se está hablando en el fondo es de la eterna lucha del individuo contra el conformismo adocenado que caracteriza cualquier cuerpo social; de la sensación de paranoia que nos hace proyectar en los demás amenazas reales o fingidas que creemos coartan nuestra libre expresión; y de la certeza de que siempre terminará venciendo el máximo común denominador de lo colectivo contra el mínimo común múltiplo de las cualidades personales.

El guionista de 'La Invasión', Dave Kajganich, resalta estos motivos al hacer de la protagonista del film, Carol Bennell (Nicole Kidman), una psiquiatra cuyos pacientes coinciden en trasladarle delirios que tienen causa recurrente en la idea de que sus conocidos han dejado de ser ellos mismos. A Carol no le costará aceptar las extrañas narraciones de los enfermos habida cuenta de que su propio ex—marido, Tucker (Jeremy Northam), vuelve a contactar con ella tras años de separación e insiste en ejercer de padre afectuoso con Oliver (Jackson Bond), el hijo de ambos. A partir de ese momento la psiquiatra, con la única ayuda de Ben (Daniel Craig), un amigo médico, batallará no tanto por resistir a la 'epidemia' como por detenerla aprovechando la insólita inmunidad a ella de Oliver.

Por su parte el director de la película, el alemán Oliver Hirschbiegel, exacerbó la angustia que debía transmitir la situación forzando el realismo formal de la cinta. Sus métodos resultaron casi experimentales para el equipo norteamericano de rodaje: "Oliver trabajaba como un realizador de documentales" —explican el diseñador de producción Jack Fisk y la diseñadora de vestuario Jacqueline West—, "filmando con la menor iluminación posible en localizaciones existentes, sin despilfarros, jugando con la paleta de colores de manera progresiva y natural". Algo que para el productor Joel Silver ha repercutido en "la naturaleza incómoda, escalofriante, de la invasión, y en la carga emocional de lo que está ocurriendo. Es increíblemente crudo y real". Por supuesto, estas grandilocuentes declaraciones quedan en entredicho cuando se descubre, como podéis leer en otro apartado de este especial, que el trabajo de Hirschbiegel fue en gran parte desechado por carecer de la garra que se le supone a un producto comercial de este tipo.

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