Beowulf tiene los suficientes atractivos para contentar al público de la ficción guerrera
Cuando en 1995 se estrenó Toy Story no faltaron actores que expresaron su recelo a que una película reventara la taquilla atreviéndose a dar un paso adelante en el terreno de la animación. Esta se desvinculaba de la naturaleza puramente de dibujos animados para caminar en una dirección que podría terminar por reproducir fielmente la realidad reemplazando a los divos del celuloide por seres poligonales.
Desde entonces, hemos asistido a varias aproximaciones entre las que puede destacarse el caso de una Final Fantasy que socavó las cuentas de Square y la más reciente –y enervante– Polar Express, del mismo Zemeckis que vuelve ahora con Beowulf y que con toda la técnica del mundo se limitó a lograr una mala película.
Por más que la evolución de la infografía en los últimos años haya sido clave para generar mundos fantásticos y haya logrado grandes hitos aplicada a decorados y monstruos asombrosos, todo esfuerzo se vuelve inútil a la hora de retratar la expresividad humana. Con Polar Express, además de darnos un relato descompensado y agotador con un cansino ánimo de espectáculo, pudimos apreciar cómo los rostros de sus personajes no podían sino resultar siniestros.
Beowulf vuelve a tratar de repetir fórmula en lo técnico, con la diferencia de que para el mundo de fantasía que propone acierta en casi todos sus aspectos aunque vuelva a dejarnos con protagonistas aquejados por una siniestra parálisis facial y movimientos sospechosos. Una vez más la vocación hiperrealista de este tipo de cine hace cuestionar la necesidad de una íntegra realización digital, por mucho que sus personajes se recreen con una inspiración de actores de carne y hueso tomando de ellos físico y voz. La decisión servirá para evitar el costoso rodaje con actores de primera fila y al tiempo darle la alegría a la taquilla de mostrar a Angelina Jolie como Dios la trajo al mundo. Pero aún así, o una apariencia de dibujo animado o la filmación directa de actores daría un resultado más agradable.
Es por ello que los primeros minutos de metraje siguen dejando esa incómoda sensación de protagonistas defectuosos. El inconveniente del aspecto siniestro se vuelve útil en el caso de los monstruos de ficción que pueblan su argumento: lucen y se hacen temibles para dar vida junto al arrogante protagonista al que está considerado el poema más antiguo de habla inglesa, que los guionistas Gaiman e Ivory (el primero es alabado por su trabajo en los cómics Sandman y el segundo coautor del guión de Pulp Fiction) han rellenado con habilidad de tal manera que sus lagunas acaben siendo interesantes aportaciones argumentales. Gracias a ellas nos encontramos con una sirena tentadora que engendra monstruos maldiciendo así la debilidad de quien sucumbe a su poder sexual, y con héroes surgidos de las entrañas de la épica capaces de hacer palidecer la contundencia espartana, poderosos atractivos que se mueven por los raíles de un entramado visual que no arrincona a la historia a pesar de las ambiciones de show circense.
Con estos elementos Beowulf tiene los suficientes atractivos para contentar al público de la ficción guerrera. Además, y de nuevo cuestionando su naturaleza, se hace con un tono marcadamente adulto que la aleja del prejuicio de ser un estreno dedicado al público infantil como es habitual en la animación. La lástima es que da la sensación que para un resultado más redondo habría sido preferible tan solo menos empeño y minuciosidad tratando de dar forma humana a lo que no lo es.