Flojo remake, en el que ni siquiera pueden destacarse por su ingenio o su crueldad los asesinatos
Precisamente este año, en el que después de tanto cinismo pasado parece resurgir en el ambiente cierto espíritu navideño, y en el que se ha desatado abiertamente la soñada guerra entre los entrañables Reyes Magos y el gordo vestido de rojo, nos llega un film que podría servir a cínicos y creyentes, a sa(n)tanistas y magófilos como arma arrojadiza: la nueva versión de un slasher film de los setenta sobre un perturbado cuya relación con estas fiestas es traumática, y cuya terapia pasa por acosar y diezmar a un grupo de estudiantes universitarias atrapadas por una tormenta en la sede de su fraternidad.
Habrá quien sospeche que el estreno en estas fechas de Negra Navidad constituye un sacrilegio más que nada porque es muy mala, y a eso sólo podríamos responder “ho ho ho”. En efecto, es pésima: carece de nervio, de ambiente y de sentido del suspense, y ni siquiera los asesinatos están planificados con ingenio o la suficiente crueldad. Aunque abunden las extracciones en vivo de globos oculares siguiendo la estela de la reciente Los Ojos del Mal, quizás para recordarnos que, por increíble que parezca, a nuestos ojos les podrían pasar cosas peores que ver la película.
Negra Navidad, para quien no desee seguir leyendo, es el enésimo remake producido con la masa adolescente como único horizonte creativo. Lo que implica reciclar películas de culto en forma de morralla para multicines, despojar a los argumentos de cualquier arista perversa, y limitar el espectro de personajes a pibones con la silicona empitonada por el frío, el miedo, la idiocia o el rigor mortis, qué más da.
Ahora bien, si finalizásemos aquí la reseña del film no habríamos cubierto el cupo de palabras mínimo establecido por la publicación, no habríamos dicho nada que no pudiese escucharse en el bar de la facultad, y no habríamos hecho gala de nuestra erudición y nuestra enorme capacidad analítica (ho ho ho), que no puede obviar las comparaciones entre Black Christmas, la cinta de 1974 con guión de Roy Moore y dirección de Bob Clark, y la Negra Navidad que ha escrito y realizado Glen Morgan en 2007.
Y es que la película de Clark fue un hito en el género, predecesor del Halloween de John Carpenter tanto en lo que tocaba a la conversión puntual del plano en la mirada subjetiva del psicópata, como en lo relativo a la creación de una atmósfera abstracta, desolada, que subvertía un escenario tradicionalmente acogedor dejando en evidencia sus imposturas y su fragilidad. Black Christmas se inscribía así en un movimiento denominado American Gothic (1968-1980) que, como se explica en el espléndido libro con ese mismo título publicado este otoño y coordinado por A.J. Navarro, “localizaba el horror, la corrupción, no en lejanos países tercermundistas o enigmáticos imperios del mal, sino en cualquier rincón de Estados Unidos [...] cuestionando los valores predominantes entre la mayoría silenciosa”, en una década marcada por la Guerra de Vietnam, la contracultura, la crisis energética y las drogas.
No somos los primeros en establecer un paralelismo entre aquella época y la nuestra, sacudida asimismo por convulsiones que han repercutido metafóricamente en la producción cinematográfica haciendo del terror una presencia constante, rentable y reveladora, en demasiados casos mediante remakes que están clonando de manera siniestra la cartelera de hace treinta años. En este panorama saturado resulta difícil discernir qué películas aportan nuevas lecturas significativas, cuáles propician sin quererlo una reflexión sobre la pervivencia del Mal a través del tiempo, cuáles no tienen más objetivo que el puramente económico o, en palabras de Roberto Cueto, “el fetichizar y convertir en objeto de consumo el gótico americano”, y cuáles transmiten incluso una percepción penosa del público de hoy.
Al respecto Negra Navidad, como ya hemos señalado, no da para muchas acrobacias críticas. Pero al menos reitera el humor discolo y el recurso al grand guignol de los que Glen Morgan había hecho gala en sus guiones para la saga Destino Final y en su ópera prima como director, Willard (2003); otro remake que, como Negra Navidad, rechazaba el naturalismo del original realizado en 1971 por Daniel Mann forzando determinados aspectos argumentales y escenográficos. De la misma forma, en su segunda película Morgan exacerba los turbios orígenes de un asesino que en Black Christmas no pasaba de ser una figura casi fantasmal (una estrategia, por cierto, similar a la aplicada por Rob Zombie en su Halloween: El Origen), lo que da lugar en los flashbacks a una sordidez muy bienvenida teniendo en cuenta lo aséptico del conjunto.
Tampoco es desdeñable, como ha subrayado Rosendo Chas, el “retrato implícito de las víctimas como criaturas solitarias, tremendamente egoístas, desconfiadas entre sí y hacia sus parejas”, capaces de expresarse únicamente a base de exabruptos como “Calla guarra” o “Que te den, Papá Noel”, y que finalmente habrán de apelar a la solidaridad como miembros de la misma fraternidad para hacer frente común contra el monstruo, a falta de sentimientos o convicciones más profundos. Retrato que no habla muy bien de nuestro presente y que, lo peor, será considerado natural por los espectadores potenciales de la película.
Espectadores indiferentes a estas apreciaciones que, lamentablemente, no son suficientes para dar un aprobado a Negra Navidad. Aunque a ellos no les importe lo más mínimo y siendo, ahora que lo pienso, los únicos interesados en leer una crítica sobre semejante película, habrán abandonado ésta hace seis párrafos cansados de divagaciones pretenciosas. ¡El último que apague la luz! Clic.