Mark Watney (Matt Damon) queda abandonado en Marte tras la huida precipitada del resto de su expedición, todo siguiendo los designios de Andy Weir, autor de la novela en que se basa la última película de Ridley Scott y que cuenta con la ayuda de uno de los guionistas de moda en Hollywood, Drew Goddar para dar forma al libreto adaptado. Lejos de otras propuestas del género que se desarrollan en el planeta rojo, la suya se sitúa a la estela del éxito Gravity, una fórmula que sin estridencias argumentales y buscando un tono verosímil de corte científico —por más que ambas se tomen sus licencias para priorizar el pulso cinematográfico— logra mejor su cometido de hacer tangible su relato.
En realidad, a la audiencia tanto le da si las maquinaciones del personaje de Damon o las de sus compatriotas en la Tierra de cara a encontrar una solución a su desesperada lucha por la supervivencia tienen o no sentido, si en lugar de eso nos encontramos ante una variante del personaje de corte McGyver que con sus conocimientos y capacidad para sacar partido a todo cuanto hay en su entorno es capaz de cultivar en patatas entre la radiación. La cuestión es que durante más de dos horas el espectador logre identificarse con su lucha, y que en lugar de aburrirse por el paso del tiempo y del metraje, esa misma acumulación (144 minutos alcanza el metraje) sirva para reforzar la proximidad con la soledad del único habitante de Marte.
Curiosamente, el tratamiento del ritmo, los personajes y las situaciones hacen más por la credibilidad que cualesquiera efectos especiales, y es fácil identificarse con el protagonista y comprender su angustia sin necesidad de despliegues mayores tirando de infografía, lográndose así una de las cintas más atractivas sobre la ciencia ficción que se recuerdan. Cumplido el objetivo, Ridley Scott toma aire entre sus altibajos y permite defender sus posibilidades para seguir dando cintas que trascienden en el tiempo. Eso sí, probablemente a estas alturas de su filmografía se le dé mejor enfocar a otros mundos si lo hace sin fiarlo todo a alimentar lo que fueron los éxitos de su pasado.