Si a propósito de nuestra reseña de Ahora o nunca ya hablamos en su día de cómo se estaba redescubriendo la elaboración de comedias tradicionales por parte de cierto sector del cine español, es precisamente María Ripoll, realizadora de aquella cinta, quien se suma a una nueva mutación de dicho género, a saber, la de “comedia romántica hípster”. Adaptando la novela homónima de Laura Norton, lo que nos espera durante 90 minutos es una inmersión en el mundo moderno –entónese con aire despreciativo– de esos individuos que necesitan pasarse dos horas arreglándose delante del espejo antes de salir a la calle, y que suben una foto a Instagram de cada paso que dan durante el día.
Si Requisitos para ser una persona normal (Leticia Dolera, 2015) marcó el camino a seguir, es indudable que la directora catalana del film que aquí nos ocupa continúa por la misma senda, tratando de epatar a una generación embebida por la redes sociales y frivolidades de diverso calibre. Es probable que, con ese título y con cierta publicidad certeramente elegida, la recaudación amasada en taquilla logre instaurar definitivamente este tipo de cintas en la industria. Aunque, para qué engañarnos, tampoco es que nos muramos de ganas de que eso suceda.
En lo artístico, no esperen encontrar algo digno de competir con cintas foráneas de Spike Jonze, Wes Anderson, Sofia Coppola, Michel Gondry o Noah Baumbach. Por desgracia, cualquiera de estas inspiraciones o referencias queda sepultada debajo de un quiero y no puedo que pretende ser fresco, pero que a los pocos minutos de metraje ya ha naufragado, decantándose la balanza por una oda a la torpeza, regalándonos a una émula de Bridget Jones absolutamente insoportable.
No se puede negar la habilidad de Ripoll para crear bonitas imágenes, además de su capacidad para remarcar ciertas escenas con momentos musicales destacados, pero en cuanto los personajes empiezan a hablar todo suena forzado, y ni los actores jóvenes –aunque Verónica Echegui se esfuerza– ni los veteranos –Jordi Sánchez y Elvira Mínguez ofrecen los pocos momentos recordables de la película– consiguen hacer tolerable una distracción tan frívola y vacía como esta. Una pena que haya gente que acuda a las salas de proyección esperando algo distinto, porque a buen seguro tardarán una temporada en volver a dejarse engatusar por el cine patrio. Ya se sabe, gato escaldado del agua fría huye.