Si uno sigue yendo al cine de manera impenitente es porque, de cuando en cuando, aparece alguien como Michel Gondry. El que fuera notable realizador de anuncios (tiene el record de director más premiado por un anuncio) y videoclips (Björk, Radiohead, Massive Attack, The Chemical Brothers), se estrenó en el largometraje con Human nature junto al no menos singular guionista Charlie Kaufman. Olvídate de mi los volvió a unir en un originalísimo melodrama de ciencia-ficción protagonizado por Jim Carrey que consiguió mucha más repercusión y asentó los temas y estilo del peculiar director.
Gondry ha trasladado su particularísima imaginería a la pantalla grande sin restar originalidad a sus propuestas. Ha convertido la manualidad, la inventiva y la falta de medios en un estilo, poniendo en primer término narrativo recursos tan poco relevantes en las producciones actuales como el atrezzo, el diseño de vestuario o la geografía ideal. Consigue así el director de origen francés entroncar con los cineastas primitivos, de los Lumiére a Buster Keaton, cuyos medios no eran otros que los mencionados y cuyas imágenes, vistas ahora, provocan la misma sensación ilusionante que las pergeñadas por Gondry.
Tras La ciencia del sueño, historia de amor íntima, delirante, tierna e hipnótica protagonizada por Gael García Bernal, Gondry ha estrenado este Rebobine, por favor escrito por él mismo y mucho más cercano a sus intenciones que las anteriores. Mike (Mos Def) y Jerry (Jack Black) son dos jóvenes que ayudan a gestionar un videoclub VHS de barrio a punto del desahucio por demolición. Debido a un disparatado accidente que borra todas las cintas, se lanzan a rodar sucedáneos caseros de los filmes del catálogo. Inesperadamente, sus películas caseras consiguen un enorme éxito entre la peculiar clientela del videoclub, ocasionando una enorme demanda y la posibilidad de salvarlo de la ruina. Es en los rodajes caseros de Mike y Jerry (suecadas, en simpático guiño al porno casero de este país que circuló en los 70) donde Gondry pone a cabalgar su imaginación. Recreando títulos que van desde El rey León a 2001: Una odisea del espacio, demuestra que sus conocimientos cinematográficos han sido adquiridos en base a intentar hacer cine a toda costa desde que tuvo uso de razón. Los métodos de los protagonistas no son otros que los que el propio director ha utilizado con singular acierto en su obra, cuando no hay más medios que cartón, tijeras, pegamento y una cámara. Hay quién verá aquí otro Clerks, pero la referencia más clara es Ed Wood ya que, como el film de Tim Burton, Rebobine, por favor no es otra cosa que una de las declaraciones de amor por el cine más sencillas, emocionantes y sinceras que se hayan hecho.
Gondry reivindica además todo un movimiento friki como alternativa saludable cuando no es posible acceder a una cultura y educación más exigente. Este nieto de inventor avala que la exposición a cientos de horas de televisión o las excursiones diarias a YouTube terminan esculpiendo una cultura alternativa, tanto o más válida que la que se escribe en letras de molde. Esto explica la afinidad de millones de seguidores, frikis, a productos que lejos de la excelencia se recrean en sus limitaciones obteniendo más éxito y audiencia que obras más depuradas.
Al igual que Mike, Jerry y sus clientes, los frikis, esos que convertimos una afición en el centro de nuestra existencia, somos los hijos de un dios menor reivindicando nuestra propia visión del mundo. Impedido el acceso a la historia por medios más notables, reclamamos la capacidad de reescribir nuestro tiempo e historias particulares (este es el tema recursivo del director en sus filmes) a nuestro modo, con nuestros propios héroes y medios, por chikilicuatres que sean.